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5 de abril 2013
LALA DE LA PATERNAL
Un cumple centenario
Escribe: Nadia Brenda Salva
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Nombre: Leontina “Lala” Rossi. Fecha de nacimiento: 03/03/1913. Edad: 100 años. Nietos: 2
Bisnietos: 5. Equipo de fútbol: Argentinos Jrs. Lugar de nacimiento: Avellaneda.

Ella prefiere que le digan Lala, porque no le gusta su verdadero nombre. Y Lala, realmente se llama Leontina Rossi. Pero dice que Leontino se llamaba un caballo del hipódromo, en el que su marido volcaba apuestas. No sabemos qué tan real es la historia, o si simplemente a Leontina no le gusta llamarse Leontina.
Si bien nació en el partido de Avellaneda, luego de casada se mudó a la localidad de Rojas, poco después vivió en Almagro y su última casa fue en La Paternal. Es aquí donde tiene sus historias, su familia y sus recuerdos.
Como cuando se levantaba bien temprano para ir a comprar las facturas calientes, recién salidas del horno. La panadería aún tenía la persiana baja, pero como ella era la mejor cliente, la atendían siempre. Así despertaba a sus bisnietos, con un desayuno contundente todas las mañanas.
De chiquitos se los llevaba a ver pasar el tren, cuando todavía no estaban los asentamientos en las inmediaciones. Y luego de vivir en Medrano y Rivadavia, esquina transitada donde era imposible darle de comer a las palomas, La Paternal le proporcionó esa libertad: tirarle miguitas a los pájaros y a las palomas que visitaban su vereda.
No tuvo una vida fácil, (aunque si nos preguntamos, nadie la tiene) pero Lala es un caso especial. De muy pequeña perdió a sus padres. Con apenas tres meses de vida, perdió a su mamá. Y a los cinco años, le tocó el turno a su papá. Eran once hermanos. Ella, una de las menores. Es que también, era común tener tantos hijos en las inicios de 1900. Donde se estilaba que la mujer debía quedarse en casa, criar a los hijos, limpiar la casa y cocinar. ¡Y que no se les ocurra separarse! Estaba éticamente prohibido. Pero luego de 9 años y con un hijo acuestas, Lala, cansada de soportar a un marido mujeriego, dijo basta. Con su niño volvió a la capital porteña y luchó sola. Sabía francés y se puso a dar clases. También tenía alguna noción de peluquería, así que se fue a hacer depilación y tintura. Lala siempre fue muy coqueta, hasta el día de hoy en el que exige que le regalen litros (o kilos) de crema. Crema para la cara, para tener una linda y sana piel. Crema para las manos, para tenerlas suaves. Crema para las piernas, sólo porque le hace bien.
Luego de la separación, a Lala se le cruzó en su vida un hombre muy especial. Un novio como los de antes. Le regalaba flores, chocolates y cartas manuscritas. Le pasaba notitas de amor por debajo de la mesa y la pasaba a buscar tres veces por semana para salir a pasear o a comer. Nunca convivieron y eso, tal vez, hizo que su historia de amor durara tanto. Su príncipe azul la enamoró durante largos 38 años, hasta que a sus 60 decidió partir.
Da la impresión que a nada le baja los brazos. Siguió cuidando de sus nietos y bisnietos, siguió dando lo mejor de sí misma y continuó sonriéndole a la vida. De tantos años uno puede imaginar que tiene una familia enorme. Pero sólo tuvo un hijo. Que hace poco tiempo falleció inesperadamente y ella lo supo dos años después. Ya estaba en el Hogar San Cayetano del barrio de Devoto y nadie quiso darle la triste noticia. No sabían que podía ocurrirle a Lala, con tantos años y con esa presunta fragilidad que sólo el tiempo se encarga de dar. De casualidad, lo escuchó de alguien, y así, sin interrumpir el duelo de los demás, se lo calló para sus adentros.
Sus bisnietas dicen que a veces es mejor charlar con la bisabuela porque es más copada que su mamá. Entiende todo, habla con cualquiera y siempre tiene una buena respuesta. Apela al humor, se le ríe a la vida. Quizá por eso la vida le festejó sus 100 años este pasado 3 de marzo. La familia dice que el festejo fue increíble e impensado. Una gran fiesta con misa incluida, homenajeó a la Lala del barrio, o como le decían en su juventud: “ahí viene Primavera”. Tal vez por esa sonrisa, o esa coquetería femenina que llevaba encima, porque Lala se arreglaba como para ir a los Martín Fierro, cuando sólo iba a acomodar la ropa donada en la Iglesia.
Con esa educación tan estricta de monjas ella supo forjar en su interior una doctrina y una fe intachable. Hoy se dedica a rezar y todavía no sabe porqué Dios la tiene en este mundo, con tantos años. Un centenario lleno de vida que se lo confiere a las ganas de hacerle bien al otro, a las ganas de ayudar. Al poco alcohol y ni siquiera un cigarrillo.
Las bisnietas dicen que era una precursora, que ella instaló en su casa la comida naturista, con mixturas orgánicas. En la casa servía semillas, vegetales, trigo y salvado. Desde esa época que tenía claro lo que debía comerse y lo que no.
Si bien es muy educada con los platos, no le gusta que le impongan horarios y si hay algo que detesta es acostarse temprano. Ella quiere dormirse cuando le de la gana, quiere quedarse charlando, jugando con algún niño, mira las estrellas o simplemente caminar. Porque cuando las piernas duelen, hay que moverlas, no hay que quedarse quietito postrado en una cama. Lala es su propia terapeuta, se conoce y conoce que en cualquier momento, su hijo, su hermana (que falleció a los 96 años) y sus padres, la llamarán del cielo. Por eso les advierte a los más jóvenes que no la lloren, que se queden tranquilos si ella se va, porque encontró la paz, porque está bien con ella, porque a sus 100 años ya hizo todo lo que tenía que hacer.
El 3 de marzo festejó su centenario (en la Parroquia Nuestra Señora de la Consolata) y viendo las fotos de Lala frente a su torta y rodeada de jóvenes familiares y amigos, los dichos de su nieta son ciertos: le brillaban los ojitos, como a una quinceañera con su fiesta soñada.
Un año más para una persona de su edad, es una eternidad y un regalo. Aunque ya nada la sorprende, para ser una adolescente en el cuerpo de una abuela. Todavía recuerda su niñez y las macanas que se mandaba en el colegio de monjas. Recuerda que la hacían bañar con el camisón puesto, para que no se viera desnuda, como no lo toleraba y le parecía una gran estupidez, ella cerraba la puerta con llave y se bañaba desnuda. Como debe ser. Y también recuerda que una monja las encerraba en una habitación oscura, gritando que era el diablo, y ella la descubría por la voz. No les temía, sí las enfrentaba. Como enfrentó todo. La pérdida de sus papás, la deslealtad de un marido, encargarse sola de un niño, salir a trabajar, la muerte de sus hermanos, la posterior muerte de su único hijo y la vida misma.

“Ella hizo fuerza para llegar a los cien”, dice su nieta en la casa de La Paternal. O no será que la vida hace fuerza para que Lala se quede un poco más…