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HISTORIA
Villa Mitre y el origen de sus tierras
Escribe: Arnaldo Cunietti-Ferrando
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El barrio de Villa Mitre nació el 6 de noviembre de 1908, como homenaje al ex presidente Bartolomé Mitre fallecido dos años antes. Originariamente la zona se llamaba Villa Santa Rita, nombre que apareció oficialmente en un loteo de 1887 de las tierras de doña Juana Ramos de Garmendia, pero en los años siguientes muchos estaban disconformes con esta denominación, especialmente los miembros de la Comisión de Fomento de las Villas Santa Rita y Sauze.

Encabezados por el comisario de policía don Juan Fernández, iniciaron gestiones ante la Municipalidad para cambiar el nombre del floreciente poblado. El pedido de los vecinos fue aprobado y dio origen a la sanción de la Ordenanza Municipal del 15 de septiembre de 1908, que rebautizó esta zona como Villa General Mitre.

Desde 1908 hasta 1968, o sea durante un lapso de 60 años, el barrio de Villa General Mitre era, por lo tanto, mucho más extenso que el actual, hasta que el 11 de junio de 1968 por Ordenanza 23.698 se segregaron parte de sus tierras para formar otro barrio porteño, restituyendo a esta fracción su antiguo nombre de Villa Santa Rita.

Así, el barrio de Villa General Mitre, quedó limitado por las calles Condarco, Alvarez Jonte, Av. San Martín, Av. Juan B. Justo, Av. Donato Alvarez y la avenida Gaona, hasta volver nuevamente a encontrarse con Condarco. Estos son sus últimos límites fijados por la  ley 2329 del 10 de mayo de 2007, que repetía los mismos de la anterior ordenanza Nº 26.607 de 1972.

La avenida Alvarez Jonte era el límite tradicional de las chacras del oeste que nacen en el Riachuelo y separaba estas tierras de los terrenos de la Compañía de Jesús. Terminaba en Warnes, llamado antes Camino de Moreno que conducía directamente al casco de la Chacarita. La Avenida San Martín, era el antiguo Camino a San Martín, mientras el viejo nombre de Donato Alvarez, era Bella Vista.

La Avenida Gaona, es la única que conserva su nombre original desde principios del siglo XIX. En épocas anteriores se llamaba Camino al Monte Castro, por conducir directamente a este paraje y al llegar a la actual estación Ciudadela desembocaba en la primera posta de caballos del oeste, llamada de Aguilera, por el apellido del chileno que la explotaba. Tomó el nombre de Gaona, por iniciarse su trayecto en la extensa chacra de don Pablo Ruiz de Gaona, cuyas tierras forman hoy el Parque Centenario.

Villa Mitre está cortada en dos por la Avenida Juan B. Justo, que no es otra cosa que el antiguo arroyo Maldonado que corre entubado debajo de su pavimento y que tiene una interesante historia. Muchos repiten erróneamente que su nombre se debió a “la Maldonada”, contando la historia de una mujer abandonada a orillas de un arroyo, a la que protegió una fiera y fue perdonada por los españoles. Este relato figura en el poema “La Argentina” de Ruy Díaz de Guzmán, pero no tiene nada que ver con nuestro arroyo.

Esta versión que atribuye su nombre a la historia de la dama, fue inventada por el escritor y tradicionalista Héctor Pedro Blomberg en la década de 1930. Blomberg fue un gran creador de leyendas y personajes, que adquirieron gran renombre en el imaginario popular, uno de los más famosos fue “la Pulpera de Santa Lucía”.

Desde sus orígenes, en cambio, el arroyo Maldonado tuvo diversos nombres, entre ellos Arroyo de San Carlos, arroyo de la Compañía de Jesús, Arroyo de Palermo, Arroyo de Castro (en la zona que atravesaba el Monte Castro), etcétera. Desde 1730 comenzó a denominarse en casi toda su extensión como arroyo de Maldonado, por un renombrado propietario de la zona de este  apellido.

El barrio surgió por el loteo de cuatro antiguas chacras, dedicadas en parte a la agricultura, especialmente a la producción de alfalfa para alimento de los bueyes y parte a hornos de ladrillos y tejas. Una gran fracción que se iniciaba en el arroyo Maldonado, actual Juan B. Justo, limitada hacia el oeste por la calle Boyacá (que incluye la denominada vulgarmente placita de Pappo, cuyo nombre oficial es Roque Sáenz Peña), por el este Trelles, mientras su fondo culmina en la calle Jonte, perteneció a la extensa chacra de la familia de Pesoa. Antes de esta familia formaba parte de la Chacarita de Belén, que trabajaban los jesuitas con sus negros esclavos, hasta su expulsión en 1767.

Fue entonces cuando esta gran propiedad que se iniciaba desde las barrancas cercanas al actual cementerio de Flores con un frente de 700 varas y finalizaba en la calle Jonte, fue arrendada a diversos labradores, que sembraban en su gran mayoría trigo y cebada, aunque no faltaban los numerosos montes de durazneros salvajes, que se cortaban dos veces al año y se vendían como leña.

Veamos algo de su historia.

A fines del siglo XVIII, apareció en la zona un matrimonio porteño compuesto por Agustín Pesoa y Agustina Echevarría, que alegaba derechos sobre esas tierras de chacra que señalaban habían pertenecido a sus antepasados.

En abril de 1799, don Agustín comenzó a visitar a varios arrendatarios notificándoles que esos terrenos eran de su propiedad e intimándolos a pagarle los arrendamientos en vez de hacerlo al gobierno. Como era lógico, ello provocó un notable revuelo entre los chacareros de la zona, que en su mayoría reaccionaron negándose a reconocer sus derechos. Pesoa inició contra ellos un juicio de resultado incierto, pues obligado a presentar los títulos de propiedad, fue dilatando el asunto con diversas excusas, dejando las actuaciones en el estado en que se encontraban durante largo tiempo. Finalmente, los expedientes desaparecían misteriosamente.

Don Agustín, era hombre de “agallas” y no perdía su tiempo. Decidido por cualquier medio a obtener esas tierras, una patota de esbirros suyos se ocupó, al mejor estilo mafioso, de amedrentar a los labradores, llegando en algunos casos a las vías de hecho; en otros, se contentaban en época de cosechas, con tajearles con navajas los sacos de grano derramándoles el cereal por el suelo y otros hechos francamente delictuosos.

Cuando enfermó gravemente, recomendó a su esposa continuar los pleitos, sin abandonar las tierras. En su testamento aconsejaba a su esposa que tomara “por consultor de ella al Dr. Alejo Castex con cuya dirección deberán precisamente proceder en todo caso”. Poco tiempo después, fallecía en esta ciudad.

Digna sucesora de su esposo, la viuda de Pesoa no retrocedió ante ningún inconveniente y con el patrocinio de Alejo Castex se presentó reiteradamente ante la Real Audiencia accionando contra los arrendatarios que se negaban a pagar su porcentaje de semillas.

En ninguna oportunidad pudo presentar títulos convincentes, pero bien asesorada legalmente por su abogado el Dr. Castex, quien hacía gala de una especial habilidad para manejar los diversos argumentos, consiguió que su cliente pudiera eludir tan espinoso tema. Con el paso del tiempo y por todas estas maniobras de su letrado, la viuda obtuvo finalmente que se le reconocieran sus derechos y se le diera posesión de las tierras el 22 de diciembre de 1812 y libró un oficio para que el juez le autorizara a cobrar los arrendamientos.

La última fracción de sus tierras, que como dijimos forma parte del barrio de Villa Mitre, se la obsequio a su abogado el doctor Alejo Castex en 1818, en agradecimiento por su patrocinio en tan reñido pleito. Este distinguido profesional, que había nacido en Buenos Aires en 1776, estudió en la célebre Universidad de Chuquisaca donde se recibió de abogado en 1790 e ingresó luego en la Real Audiencia. Tuvo actuación destacada durante las invasiones inglesas ascendiendo a teniente coronel de Húsares Migueletes. Participó en el cabildo abierto de 1810 votando por la destitución del virrey y fue secretario del Consulado en reemplazo de Belgrano, donde realizó importantes misiones en las provincias y contribuyó con su voto a la elección de Rivadavia para la presidencia, suscribiendo la Constitución de 1826.

Culminó su carrera judicial jubilándose como presidente del Supremo Tribunal de Justicia en 1827, cuya pensión le fue suprimida por Rosas debido a su filiación unitaria. Por la misma razón, su chacra de Villa Mitre fue embargada y de allí se cortaron numerosos árboles que se usaron como leña para el ejército federal estacionado en Santos Lugares y en esta situación jurídica permaneció la finca hasta el fallecimiento del Dr. Castex el 17 de septiembre de 1841. Su esposa le sobrevivió diez años más, muriendo el 17 de mayo de 1851.

La chacra, quedó en usufructo de su hija Genara casada con Ventura Martínez y de uno de sus nietos, José Eustaquio Martínez, quienes la habitaron esos años y revirtieron la situación, pues este último fue un activo federal, mientras su hermano Ventura se exilió en Montevideo con los unitarios argentinos en 1843.

Con la desaparición de sus padres, los Castex se dividieron la herencia familiar y años más tarde, los hermanos Serafina Castex de Artayeta, Matilde, Juan Isidro, Paz y Eusebio Alejo Castex otorgaron poder a Genara Castex de Martínez para iniciar la sucesión de sus padres y fueron declarados sus únicos herederos. Las tierras de Villa Mitre le fueron adjudicadas a su ocupante, doña Genara Castex y en diciembre de 1888, esta señora gravó su propiedad, compuesta por 22 cuadras cuadradas de terreno, al Banco Hipotecario por 60.000 pesos moneda nacional en cédulas oro y al año siguiente el teniente coronel Ventura Martínez con poder amplio de su madre dividió en dos las tierras y vendió a la Sociedad Anónima La Constructora de San José de Flores, una fracción de 10 cuadras cuadradas.

La Constructora pagó 382.500 pesos moneda nacional por un frente de 200 metros al noroeste y 875 metros del costado sudoeste donde limitaban con la otra fracción de la vendedora. Por el contra frente al sudeste, se midieron 156 metros que arroyo Maldonado en medio, lindaban con Nepomuceno Márquez y por el costado noreste 839 metros. La superficie total de las 10 cuadras dio un total de 225.000 varas, equivalentes a 168.740 metros cuadrados.

Tres años más tarde, luego de la crisis de 1890 que llevó a la quiebra a la Constructora de San José de Flores, doña Genara, representada por su hijo, logró llegar a un oportuno arreglo y la chacra le fue restituida. La recompra se concretó por escritura del 14 de junio de 1892 entre Ventura Martínez, su hijo y apoderado, y el vicepresidente de La Constructora, don Ramón González. Pocos meses después, en 1893, esta sociedad se declaró en concurso de acreedores y comenzó su liquidación.

Si bien doña Genara y su hijo habían zafado de la quiebra, su situación económica no era buena. Por esta razón, no pudieron levantar la hipoteca con el banco que fue renegociada en 1897 quedando reducida a 20.850 pesos moneda nacional. Al no poder levantar este importe, se dispuso el loteo de la propiedad el 2 de mayo de 1897 a cargo del martillero Álvaro Barros. Para ello, se confeccionaron planos, abrieron calles y las manzanas se dividieron en lotes, que salieron a  subasta con la base de la deuda.

En esa oportunidad doña Benita Burgos, soltera, domiciliada en Rivadavia 3192, compró 90 fracciones de terreno en 23.850 pesos. La señorita Burgos pagó una pequeña suma y dejó vigente una hipoteca anterior a favor del banco, participando también en la operación los señores Juan M. Burgos y Herminio Soler. En la misma subasta compraron varios lotes Victoriano San Miguel y Pedro J. Cabrera.

El 1º de diciembre de 1900, Benita Burgos y sus dos socios vendieron 19 fracciones a don Manuel Zorrilla, en 28.850 pesos.  Zorrilla les prometió subastarlos y reconocer a dos de los vendedores el 16 ½ por ciento líquido de los beneficios que resultaran de este negocio y a Benita Burgos 1200 pesos de los primeros fondos que se recaudasen.

Así llegamos al 28 de agosto de 1905 en que Zorrilla confiesa “que habiendo intentado varias veces vender en remate los terrenos no pudo realizarlo por falta de compradores” y por lo tanto, rescindía su compromiso. Ignoramos si este arreglo escondía una maniobra de Zorrilla para deshacerse de sus socios en el negocio, pero es muy llamativo que poco después, el 10 de octubre ante el mismo escribano, le transfiera a Indalecio Villanueva las 19 fracciones de terreno divididas en 90 lotes por el mismo importe en que los había comprado, esto es por 28.850 pesos, pagándole 8000 al contado y el resto tomando a su cargo la hipoteca de original de 20.850 pesos de Zorrilla.

Y sospechamos que la venta fue simulada, pues inmediatamente Villanueva procedió a subastar sin problemas los terrenos, abierta las calles y amojonados los lotes en fracciones de 10 varas de frente, con gran éxito de compradores, terminando la zona en poco tiempo totalmente urbanizada.

Vendida esta fracción este, quedó a los Martínez Castex la oeste de 12 cuadras cuadradas, equivalentes a 202.488 metros cuadrados. Ella lindaba por el sur, arroyo Maldonado en medio, con Nepomuceno Márquez, por el este con el terreno vendido por Zorrilla y Villanueva, por el norte, calle por medio, con Blanco y por el oeste con Juan Piana.

Esta fracción fue mensurada por el agrimensor Ángel Silva en 1892 y el plano de la misma fue aprobado en 1895, por el Departamento Topográfico. Poco después se loteaban los terrenos y aquí terminó esta historia. Otra gran fracción al sur de la anterior, que también formó parte de la antigua chacra de los Pesoa, de 20 cuadras de figura irregular sobre la avenida Gaona, compró su ocupante el portugués don Manuel Márquez a doña Agustina Echevarría el 17 de noviembre de 1827 abonando por ella 2621 pesos. Era su límite norte el Maldonado, donde lindaba arroyo por medio, con el Dr. Alejo Castex. Las medidas que se dieron en la escritura de venta fueron: 651 varas por el oeste, 707 varas por el este, 575 por el Sud y 548 por el norte “y un pedazo del costado al noroeste de 212 varas”.

Márquez había desposado en 1820 a doña Antonia Ricardes con la que procreó ocho hijos. En la quinta edificó su casa habitación, dedicándose a la explotación agrícola, siendo su actividad principal la venta de leña y alfalfa, para lo cual había plantado unos 40.000 árboles de durazneros. Pero además tenía álamos, paraísos, acacias, laureles y para uso familiar, parras, naranjos, perales, higueras y granados, todo dentro de cercos y alambrados.

En octubre de 1865, falleció octogenario, luego de dictar su testamento unos días antes. Su sepelio fue fastuoso; de la quinta salió el coche fúnebre con varios carruajes de acompañamiento. Se repartieron 300 esquelas fúnebres y el cadáver fue conducido a la iglesia de Flores donde se hizo una misa cantada de cuerpo presente siendo trasladado luego a la bóveda familiar en el cementerio nuevo. Los gastos del sepelio ascendieron a 8000 pesos. El difunto dispuso diversos legados y diferentes sumas de dinero para misas rezadas por su alma.

Las quintas, entre ellas los terrenos de Villa Mitre fueron adquiridos  por su hijo Juan Nepomuceno Márquez ofreciendo la base de venta. La escritura especificaba que eran 32 hectáreas  equivalentes a 19 cuadras, de figura irregular. Lindaban por el costado norte en una extensión de 474 metros con Ventura Martínez; por el oeste con 563 metros con Juan Piana, por el sur en una extensión de 497 metros con Manuel Márquez y 612 metros por el este, lindero con los herederos de Olivera y terreno del Estado.

Juan Nepomuceno Márquez, falleció en 1888 y esta fracción se adjudicó a su esposa Eulogia Blanco. Tenía entonces, de acuerdo a una mensura realizada por el agrimensor Antonio F. Solari, una superficie de 34 hectáreas encerradas entre Gaona, Boyacá, Donato Álvarez y el arroyo Maldonado.

Mensuradas las tierras, sus herederos vendieron una fracción dividida en 45 lotes, el domingo 11 de febrero de 1906. Decía el aviso de los rematadores Besada Hermanos, que la venta tenía una ase de un peso la vara cuadrada en 30 meses de plazo sin interés. Comenzaba la urbanización de Villa General Mitre.

El barrio se integró también por el oeste con las tierras que formaban parte de la chacra del escultor don Isidro Lorea, cuya fracción en el fondo, lindera con la Avenida Alvarez Jonte, fue adquirida por los socios Juan Piana y Antonio Dunoyer. Este último, que era cónsul del reino de Cerdeña, era el capitalista, mientras Piana aportó su trabajo personal, pero todo ello es una historia, que relataremos en otra oportunidad.