El miércoles 11 de diciembre, en el Salón Dorado del Ministerio de Cultura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires sito en Avenida de Mayo 575, se presentó el libro "40 PCB" por los cuarenta años del Programa Cultural en Barrios implementado por quien fuera entonces Ministro de Cultura de la Intendencia de la Ciudad de Buenos Aires, el Licenciado Mario "Pacho" O'donell, quien acompañó con su presencia junto a la actual Ministro de Cultura Gabriela Ricardes.
Tras cuatro décadas del Programa, éste sigue vigente y ahora con esta obra recordatoria.
El libro contiene escritos de cada uno de los cuarenta y ocho barrios porteños producidos por los vecinos que fueron convocados al efecto para concursar con sus obras para luego seleccionar uno por cada Distrito, destacando lugares emblemáticos, personajes llamativos, costumbres e historias singulares que resalten aspectos identitarios. El objetivo del libro es ofrecer a la comunidad lectora un mosaico de narrativas que representen la riqueza cultural y el dinamismo de nuestra Ciudad.
El barrio de La Paternal fue "cantado y contado" por gran cantidad de escribas y el elegido para representarlo fue "MI HOGAR PATERNAL", obra destilada por la pluma del colaborador de Nuestro Barrio y escritor Angel Kandel, nacido y criado en ésta, su "Patria Chica".
Programa Cultural en Barrios:
Es el programa cultural más grande de la Ciudad, que garantiza el acceso descentralizado a la cultura en diferentes disciplinas artísticas: música, danza, artes escénicas, letras y artes visuales, entre otras. Las mismas se realizan en 36 centros culturales, distribuidos en 14 comunas y 28 barrios de la Ciudad alcanzando a más de 93.000 personas por año.
OBRA SELECCIONADA POR LA PATERNAL DE ANGEL KANDEL
MI HOGAR PATERNAL
Muchos son los almanaques descolgados de ese muro de vivencias construido…
Ciento veinte años del querido Barrio La Paternal…
Veinticuatro lustros que dan lustre a esa querida Patria Chica donde niñez-adolescencia-adultez y “tercera juventud” forjaron a “pibes de antaño”, hombres hoy, que siguen transitando su historia recorriendo sus calles, visitando sus ochavas, reviviendo a sus “barras de la esquina”, esos amigos con quienes jugaban un “picado” callejero, con arcos mercados con pulloveres, y que se transformaban en excelsos “desafíos” cuando la partida era contra el otro “barrio” que podía ser la otra esquina, pero ya de otro grupo de chicos que cuan racimos de pibes cual corcheas, gambeteaban en poteros, en baldíos o en medio de la calle donde el partido terminaba abruptamente cuando asomaba “el autito de la cana” o aparecía en la esquina “el Chinito de la 41”, quien con los años supe que era el Cabo Ojeda.
Hermosas contiendas callejeras donde a pesar de la precariedad de elementos, dado que no siempre se tenían las monedas para comprar “la Pulpo” de goma, esa pelota rayada y saltarina que comprábamos en el kiosko del “El Petiso” y que ante su ausencia se confeccionaba una pelota de trapo hecha con la media corrida de alguna tía solterona o la más humilde, la pelota de papel que se hacía con las enormes páginas de algún viejo diario La Prensa, Crítica o La Razón, atado fuertemente con piolines pero que tenía efímera vida hasta que caía en la zanja con agua.
Todos los partidos con los dos equipos conformados por la elección de sus integrantes luego del “punteo” de los capitanes, guardaban celosamente su ceremonial…, nunca se comenzaba sin que se alinearan uno frente al otro y cuando antes de poner en movimiento la pelota, alguien del equipo que comenzaba decía algo que nos sonaba a onomatopeya pero sin la cual no se podía comenzar: “¿Aurieri?” a lo que los del otro bando respondían con un lacónico “¡Diez!”…y recién en ese momento comenzaba la contienda. Con el correr de los años, y algún conocimiento del idioma inglés, la conclusión fue que siendo el fútbol un deporte de caballeros, los del equipo que daban comienzo preguntaban a los del otro: “¿All ready?” (¿Todos listos?”) a lo que se respondía “Yes”, (“Si”) y de ahí ese eco que aún nos resuena de “Aurieri – Diez”…
Pelotas de nuestra infancia, esas pelotas que ante un rechazo descontrolado caían en alguna casa de la vecindad, “se colgaban”, y había que recuperarlas saltando la pared o pidiéndola…, “¡Señora, me da la pelota…!”, esa pelota que si caía en lo del “gallego” Don Julián la devolvía cortada o en lo del “tano” Don Rafael nos echaba con sus gritos de “Spiantuque de aquí, sporcachone…” y a pesar de nuestros ruegos cercanos a las lágrimas, “dele Don Spiantuque…, que le cuesta, devuélvanos la pelota”, nada conseguíamos.
Era el momento de emprender la retirada e ir a cobijarnos a la esquina de la sastería de Don Aaron, el padre de Mauricio, y allí pensar nuestro inmediato futuro.
¿Que hacer? era nuestra shakespeariana duda y muchas veces terminábamos revolcándonos en la “montaña” de arena de la obra en contrucción de Don Pedro, en donde el itálico sereno al ver desparramada por toda la vereda esa arena se agarraba la cabeza mientras gritaba “Diu belo” (Dios bello), pidiendo al Señor por nuestras travesuras pero nosotros entendíamos “Tio Belo” y así lo bautizamos y pedíamos “dele “Tio Belo”, déjenos jugar en la arena, ¿que le hace?”…
La Paternal, querido Barrio que nos dio su territorio donde formarnos, ese cuerpo palpitante de vida que se desarrollaba alrededor de su arteria principal, “la Avenida”, la Avenida San Martín donde se erigía el puente sobre las vías del Ferrocarril General San Martín que ostentaba hermosa “corona” de hierro desde donde veíamos pasar las locomotoras que lanzaban sus nubes de humo blanco que se perdían en su túnel.
La “Avenida” donde estaban los cines Sena, Taricco y Oeste en los que ya no hay localidades donde tejer fantasías…
Y parado en una ochava veo, escucho a Don Osvaldo (Fresedo), el “Pibe de la Paternal” para todos, dirigiendo a su elegante orquesta típica; y en un parpadeo viene caminando hasta nuestra esquina a “Palanique”, el sparring de José María Gatica, a quien pedíamos nos cuente anécdotas de su vida con el famoso “Mono”.
Y como no recordar a Hugo Campos, nuestro artista que siempre estaba impecablemente vestido en la puerta del bar donde también paraban los hermanos Rizzo, de los cuales Armando, el boxeador, era el ídolo barrial y que terminó siendo masajista de los jugadores del querido club del barrio, Argentinos Juniors, el Tifón de Boyacá, imán adonde se dirijian nuestros pasos para presenciar los entrenamientos de nuestros jugadores, para luego jugar nosotros bajo sus tribunas entonces de madera.
La Avenida ya está toda asfaltada, ya no está más el empedrado por donde circulaban el trolebús y los tranvías, esos queridos medios de transporte que nos llevaban “al centro” en busca de mozas quinceañeras que inspiraban al bardo como musas.
Nuestro humilde equipo de fútbol, al que bautizamos Sportivo Terrero, miraba con admiración y como meta a Oriente, ese equipo que llegó a jugar la final del Campeonato Infantil “Evita”, esfuerzo hecho equipo por la mano de “Pocho” Zamudio, quien también hizo realidad la Murga “Los Locos de La Paternal” que alegraba con su danza y cánticos carnestolendos nuestra infancia. Todavía resuena en la memoria eso de : “Ese que toca bombo y platillos, los calzoncillos no se los cambió / hace lo menos siete semanas que tiene ganas de cambiárselos…”
También son muchas las décadas en las que mentalmente seguimos jugando a la bolita, con la “cachuza” para hacer “el hoyo-ante-quema”, al balero tapizado con tachuelas de monturas del lechero arrebatadas o al egoísta “Yo-Yo” o a “Cachurra que a una burra iba montada”.
Angel Kandel