El vecino Carlos Medina Matevé, artista, poeta y vecino de La Paternal, obtuvo el primer premio en el 2° Concurso Nacional de cuentos organizado por el Taller Letras sin Fronteras en el Ex CCDTyE “El Olimpo”, sitio de Memoria, ubicado en Ramón L. Falcón 4250. Además el poema "El ala", también de su autoría, logró el 3° Premio, en el rubro Poemas.
El día de entrega de premios fue más, que un acto, fue una fiesta de una gran familia, una alegría compartida por organizadores, concursantes, amigos y familiares.
Carlos tiene 88 años, su oficio es ser letrista y fileteador desde los veinte años pero a Carlos lo reconocen en el barrio por pintar murales y escribir poesías y cuentos; vivió toda su vida en La Isla de La Paternal, “en la misma casa”, aclara: “Disfruto que en mi casa tengo escritas las paredes con frases que se me ocurren, es el placer de hacer; cuando uno hace algo que no es por obligación ya tenés la retribución”.
Su primer obra fue la combinación de sus 2 pasiones, fue el de La Isla, a fines de 2004, es un poema dedicado al barrio, a la esquina en donde funcionaba el almacén de don Isaac (Donato Alvarez y Elcano). Después realizó el de Julio Cortázar que estaba en Bielsa y Paz Soldán. Luego pintó el dedicado a un amigo músico que ya murió, Norberto Minichillo. Y otro de los más reconocidos fue el del Che Guevara, en la esquina Osorio y Avalos que lamentablemente fue tapado.
Sobre esta importante distinción y su trabajo Carlos nos comentó:
No es para mi fácil dar comienzo y hacer comentario frente a este hecho sorpresivo de reconocimiento a estas obras que cruzaron por mi cabeza y llevadas al papel en forma de cuento y poesía. Tengo claro que ser agradecido es parte fundamental de quien pretenda ser mínimamente buena persona, cosa que lo que a mi me refiere no se si corresponde, sólo es; digo un intento y en esto va mi agradecimiento a Elsa Lombardo, Maximino Verza, Ricardo “Todo Paternal”, Diego Kaul y Ester de “Nuestro barrio” por su dedicación a su labor y a la mía.
A partir del Taller Literario “Letras Sin Fronteras” en donde Elsa Lombardo es la coordinadora y al equipo Sin Fronteras en el aporte de esfuerzo, dieran vida al 2° Concurso Literario 2023 “Palabras que Cuentan”. En cuanto a mi, no voy a hablar que en mi función de escriba he dedicado a la observación, a las sensaciones y a los sentimientos que afloran y se desbordan en historias, más propias que ajenas ya que cuando leo lo escrito siento que soy el personaje aunque este sea algo inanimado y allí es cuando el sufrimiento de aquel es mi propio sufrimiento y la sensibilidad me desborda en lágrimas, creo que en la vida todo es contradictorio, placer enorme y dolor profundo comparten una obra si es verdadera, porque es… la vida.
El taller literario "Letras sin Fronteras - un espacio a la imaginación", se desarrolla en el predio del ex CCDTyE "El Olimpo" (Ramón L. Falcón 4250, casi esquina Olivera) coordinado por Elsa Lombardo (también vecina de La Paternal).
En este predio funcionó durante años una estación terminal de tranvías, luego de colectivos y durante la última dictadura cívico militar un Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio conocido como "El Olimpo", entre el 16 de agosto de 1978 y fines de enero de 1979. Quedó en manos de la Policía Federal hasta mediados del año 2005. Como resultado de las innumerables marchas y escraches realizadas por vecinos, organizaciones barriales y organismos de Derechos Humanos, y la voluntad política del entonces Presidente de la Nación, Dr. Néstor Kirchner, la Policía fue desalojada del predio y comenzó la construcción del Sitio de Memoria. En primer término se hizo el traspaso del predio de Nación a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. En este marco, el Gobierno de la Ciudad, mediante el decreto nº 305/06, creó el Programa para la Recuperación de la Memoria Histórica sobre el ex CCDTyE “Olimpo” y la Mesa de Trabajo y Consenso (MTyC) compuesta por aquellas organizaciones que pelearon por la recuperación del lugar.
El 7 de septiembre de 2007, por medio del decreto nº 1.268 se transfirió el Programa a la órbita del Instituto Espacio para la Memoria (IEM). En mayo de 2014, el ex "Olimpo" y otros sitios de memoria de la Ciudad de Buenos Aires pasaron a la órbita de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación.
CUENTOS AL ANOCHECER (Ganador del Primer Premio del Concurso)
Tempranito nomás, todos se encaminaron hacia el galpón, como guiados por un místico duende, dulce y enigmático, encerrado en la llama mortecina del candil. Fueron acomodándose, formando una rueda que crecía a medida que iban llegando. El mate pasaba despacio en silencio, mientras esperaban. Hasta que, como una queja, chirrió la puerta del granero y el viejo Eldo entró como brotado de la noche misma, y se integró a la rueda. Él era el que contaba cuentos todas las noches con voz cavernosa y pausada, cargada de presagios. Todos lo escuchaban, nadie lo interrumpía; nadie dudaba; todos sabían que lo que el viejo contaba… era la verdad. Cuando alzó la mano midiendo unos ochenta centímetros de alto del piso y dijo “El pardo Pallás era como así de alto y tendría unos catorce años cuando lo conocí….” fue como si todos lo estuviesen viendo. “Yo estaba de “mensual” en casa de los Urruti. El muchacho había terminado recién la escuela porque era duro de entendederas y era en todo, diferente a los otros muchachos, distinto hasta a sus propios hermanos. Sí. El Pardo Pallás era distinto; todo lo que a otro sí, a él parecía no importarle. Además, nunca podría pulsar una guitarra como otros lo hacían: era rebelde, huraño, sombrío; le faltaba voluntad, amor propio, y le faltaba la mano derecha, decían que de nacimiento. Pero a su defecto físico, la naturaleza pareció haberlo compensado, dotándolo de una agilidad fuera de lo común. Y tanto así que no parecía de humano. Ya pertenecía al paisaje el hecho de verlo corriendo como un poseído, detrás de una gallina asustada, hasta atraparla, luego de lo cual, como volviendo a la realidad, la soltaba con un gesto de temor y pena a la vez. Los días domingo el Manco Pallás robaba una o dos galletas de la bolsa de la cocina, y en patas, se las iba comiendo por el lado del monte. Al paso del tiempo, se le fue cambiando el color de la piel y, a la par se le cambió el mote, cuando en la escuelita alguien le gritó “manco”. A partir de ese momento, fue para todo el mundo y para siempre “El manco Pallás. Cuando una de las hijas de los Urruti se casó con un pueblero que tenía almacén, el festejo fue grande. Chicos, grandes, jóvenes, viejos, peones y capataces, y por supuesto, dueños de otras estancias; todo el mundo de cinco leguas a la redonda, estaba allí, menos el manquito Pallás. Cuando promediaba la fiesta como a eso de las 11, pensé que lo mejor sería poner el rumbo para el lado de las casas. Saludé a los recién casados, tratando de no hacer demasiado revuelo y me fui para el lado donde había palanqueado el alazán. Decidí que acortaría yendo por el camino viejo que bordeaba la vía muerta por la que alguna vez pasara el ferrocarril y que daba justo a los fondos de la casa de los Pallás. El caballo, de pronto, alzó la cabeza, y apuntó las orejas hacia el monte; enseguida se estremeció, dio una espantada y se clavó como paliado. Entre la polvareda, lo vi perdiéndose entre los espinillos, al galope largo… Tendría que caminar. Habría andado unos cincuenta metros cuando escuché como el zumbido de un tábano, finito primero para después, crecer y crecer para terminar en lo que parecía un aullido. El silencio volvió a adueñarse de la noche . Pero enseguida volvió de nuevo, finito, finito, más y más largo, ronco, agónico, entrecortado. Y, enseguida, otra vez y otra, ¡Y una vez más! Y el aullido se hacía alarido. Y el silencio… Y de nuevo a comenzar largo y finito… ¡Igual que cuando el viento silba entre los cañaverales! Se me mezclaba en la selva el silbido del viento. Y de pronto, era un chico que lloraba y por momentos, un animal atrapado y solitario clamando su miedo aterrorizado. ¡Un animal aterrorizado! ¡Yo, sin entender! ¡Yo atrapado y solo… Solo en la noche y la luna llena a mis espaldas! Por un momento se quedó en silencio y otra vez quise creer que todo aquello lo había imaginado, pero de nuevo volví a escucharlo , lastimero y largo gemido, como de cachorro hambriento; espina que entraba por mi oído y era cada vez más larga y punzante y no tenía fin. Parecía que aquello no acabaría jamás. A partir de allí, toda la noche pueblerina quedó envuelta en el silencio. Los grillos parecieron enmudecer y el aullido dejó de oírse. Todo estaba quieto. Sin proponérmelo, me encontré frente a la puerta del galpón de los Pallás. Supongo que algo o alguien con un poder divino o demoníaco me impulsó. El taco de la bota fue a estrellarse, justo debajo del cerrojo, decidido y certero como para no fallar, sabiendo que no tendría valor para volver a intentarlo. La puerta del galpón entreabierta, mi boca entreabierta tratando de respirar, la garganta seca que parecía agrietarse, las manos húmedas que no dejaban de temblarme y un extraño sudor frío que no había sentido nunca, me bañó por entero. La luna amarillenta y redonda parecía un enorme candil apoyado sobre la montaña de algún desalmado perverso y satánico dios. Mi sombra era un gigante desmayado sobre el piso de tierra. Fue cuando lo descubrí acurrucado contra un viejo armario, de unos sesenta centímetros de altura, de espesa, húmeda y erizada pelambre renegrida, como acabado de nacer a pesar de su tamaño. Jadeante, extenuado, tremendo, temeroso. Me miró me miró con aquellos ojos chiquitos, redondos y azulados; y con su gemido suplicante. ¡Era un hermoso cachorro de lobo! Brilló a la luz de la luna, la blanca hilera de afilados dientes, pero no parecía dispuesto a atacarme; igual la mano fue buscando el cuchillo. Él, renqueando comenzó a avanzar y me pegué a la pared queriendo evitar que me rozara sin dejar de mirarlo. Entonces…¡Entonces la sangre se me heló en las venas! ¡La pata delantera derecha era humana! ¡Una mano de cristiano! ¡Era la mano de un chico, una manito blanca, tierna, que él apoyaba con dificultad sobre la rusticidad del duelo. Parecía dolerle. No pude apartar la vista y no me atreví a moverme. Pude observar sus gestos casi humanos; cuando rengueando cruzó la entrada; sin apartar sus ojos de mí alzó la cabeza en el patio de ladrillos, pareciendo aspirar el perfume de los jazmineros en flor. Comenzó a trotar para el lado del monte. Antes de que llegara al alambrado, obedeciendo a un impulso interior irrazonable e inevitable, le grité “¡Volvete, manco, volvete! Se paró, bajó dos o tres veces la cabeza, movió la cola despacio, dejó escapar un imperceptible gruñido, volvió a mirarme con aquellos ojos chiquitos y azulados como pidiéndome comprensión, mientras un sentimiento extraño pareció salírseme del pecho. Alcancé a distinguirlo hecho una sombra entre las sombras de la noche. Apoyado en el hueco de la puerta, ahogado casi por el llanto que no podía contener, lo último que vi fue su mano blanca que apoyaba torpemente, mientras al trote se perdía derecho al monte. Por el camino ya se escuchaba el griterío de las mujeres y los chiquilines mezclados al chirrido de los ejes mal engrasados de algún sulky, volviendo de la fiesta. Aquella noche dejé la puerta de mi ranchito abierta. Desde el catre, sin poder pegar los ojos, miré la montaña y escuché su aullido toda la noche. La selva parecía haber recobrado lo suyo. Bien entrada la mañana, apareció un peoncito trayéndome el caballo. “Qué raro, Don Eldo, que el sol lo agarró entre las sábanas” Y sin dar tiempo a contestarle continuó: “Cuando llegó la gente esta mañana, después de la fiesta en lo de Urruti, seguro no sabe lo que pasó en lo de los Pallás: lo encontraron muerto al manquito, tendido a lo largo en el piso del galpón del fondo, desnudo y pareciendo reírse. Ahorita nomás lo están velando. Y aunque la familia ha tratado de mantenerlo en reserva, se sabe que ha tenido que apalabrarlo al funebrero para que lo tape todo y sólo la cara se le pueda ver al pobrecito. Lo pior es que, en el lugar donde le faltaba una mano… le apareció una pata negra, chiquita y peluda como la de un cachorro de lobo. Así como se lo digo, Don Eldo, una pata de lobo”. Y el peoncito se santiguó. Por la tarde me fui a lo de los Pallás, para cumplir, nomás, pero no me acerqué al cajón. Estaba seguro que la profecía se había cumplido: el último de los siete hijos varones de los Pallás se quedaría para siempre libre en el monte”. El viejo Eldo se quedó en silencio. Nadie se movió; ninguno se atrevió a mirarlo cuando se levantó, tragando saliva, los ojos envejecidos, la cara curtida, cobriza de sol, surcada por el llanto. Y salió despacio, casi con sigilo, sin saludar, metiéndose en el hueco de la noche iluminada por la luna llena. _ ¡Qué lo parió al viejo! Te hace hilacha con los cuentos! _ murmuró uno pretendiendo aliviar el silencio que se hacía insoportable. ¡Corto se haría el descanso! Aquella noche, quien más, quien menos, todos se irían a la cama cargados de oscuros presagios. Todos pensarían, aunque más no fuera una vez, en el manco Pallás; todos tardarían en conciliar el sueño, creyendo escuchar por momentos aquel aullido largo, finito y penetrante como el silbar del viento entre las cañas.