Fue por lejos el mejor regalo futbolero que recibí. Aquella camiseta roja del Bicho, con el logo de Adidas chiquito en blanco, sin escudo oficial 100% lisa color Argentinos Juniors. De una tela de calidad inmejorable. Mi viejo me la consiguió vaya a saber dónde. Yo tendría doce años. Pocas cosas cuidé tanto como esa casaca que tenía su perfume. Chuly Mapiño, mi gran amigo del barrio me suplicó una y mil veces que se la regalara. Llegó a ofrecerme de todo a cambio. Y no se cansaba de insistirme. Nunca pudo doblegarme. La usé primero para mostrarla como trofeo, como ofrenda sagrada. La sacaba y la doblaba impecablemente para guardarla en su lugar privilegiado en mi placard. Pasado un tiempo, me animé. Un día me la puse para jugar un fulbo. Y me imaginé zurdo, me soñé distinto, pero la camiseta, claro, no hacía magia. Jugué como siempre, pero gané como nunca. Me la puse ese día, y montones más. La usé para dormir, para salir, para ir de vacaciones, para ir a misa a ver a su tocayo, para ir al colegio, para ir a Inglés particular, para hacer las compras. Seguíamos creciendo y Chuly me la seguía pidiendo, ahí en la canchita de la plaza, en mi casa o en la suya. Me llamaba hasta por teléfono para pedírmela. Mi panza también fue creciendo, y la casaca dejaba asomar a mi ombligo. Ni así, se la obsequié a Chuly. Un día, descolgando la ropa del tender de mi casa, la encuentro lavada pero con una mancha gigante de óxido. Fue un presagio de “La pelota no se mancha”. Lloré, puteé, me indigné y soporté la última oferta de Chuly que la quería incluso con ese color ladrillo en la costilla que dolía sólo de verla. No tengo foto con el Diego. Sólo lo pude gozar en Juan Agustín García y Boyacá deslumbrando, jugando, disfrutando. La camiseta de él, la mía, se perdió hace muchos años. Perdón Chuly por mi egoísmo eterno que supongo entenderás. Yo dejo guiarme por su estrella. Porque para mí todos los días “arranca por la derecha el genio del fútbol mundial…” Barrilete cósmico, volá en paz.