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19 de Noviembre 2015
ROBERTO, EL GRAN CARTERO DE LA PATERNAL
El Cartero: Delivery de destinos en primera persona
Escribe: Grass Datino
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Estimado lector,
Usted y yo no nos conocemos. Probablemente esto nunca ocurra, o por el contrario el destino ya ha escrito que nuestros caminos habrán de cruzarse, como todo lo que redacta la divina providencia: uno de los autores más controvertidos de la historia. A veces, se comporta como el "remitente" indicado y sus palabras, colmadas de augurio, coinciden con ese estado puro de sincronicidad y ensueño: ¿Acaso no es maravilloso toparse por la calle con ese ser que hemos compartido infinitas andanzas? ¿No es onírico ver que por debajo de la puerta el destino nos ha arrojado un retazo de cielo en el medio de la tormenta? ¿O el instante mágico de recibir la palabra exacta cuando creíamos que la esperanza se la había llevado el viento? Pero claro, en otras parece que las cartas las escribe el diablo. Sus faltas de ortografía, sintaxis y abuso de puntos suspensivos, suelen confinarnos a un estado de parálisis, agonía y desconcierto. Sea cual fuere el caso, la pluma de la providencia no conoce idioma ni moral narrativa: su devenir es poner orden al desorden, aunque éste no conjugue con nuestra paciencia, superación y desapego.

Ahora bien, usted y yo seguimos sin conocernos. Sin embargo, hay algo más que debo advertir (le). Tómelo como un hallazgo, un simple descubrimiento: Los carteros son el destino en persona. El Delivery andante de sucesos que en cada buzón depositan un pedazo de historia. Eventos claves de puño y letra que, después de leerlos, sería imposible salir ilesos. Acaso, una declaración de amor, de esperanza, de reencuentro, de vigilia ¿no son tesoros que el cartero lleva en su morral para empujarnos hacia otras orillas? Proyectos, sueños, deseos, confesiones… que cuando no nos llenan los ojos de lágrimas, nos colman el corazón de ilusiones.

Es viernes de un septiembre otoñal más que acalorado. El destino tuvo el capricho de poner a Roberto y a este periodista en la misma "vereda". Estamos en un café de La Paternal, sentados cara a cara. Aguarda la seguidilla de preguntas con el mismo nivel de ansiedad y frenetismo que cuando abordó el tren que lo condujo de su Chaco natal a Buenos Aires, con apenas un puñado de años, 14. Escudriña el reportaje inminente como un destinatario a punto de romper el sobre lacrado y saborear la noticia, íntima y audaz, de un ser querible. ¡Y no es para menos! Más cuando se es consciente de la paradoja presente: un hombre que toda su vida se dedicó al Delivery de sucesos ajenos, ahora debía enfrentarse a su propio devenir: una historia de vida personal a punto de ser leída por usted y miles de lectores más.

-¿Te considerás, un poco, como un Delivery de destinos, de cartas que cambian a las personas que las reciben?
Sonríe como un lector afortunado que está a punto de recibir una herencia millonaria. Pero su discurso de vida se parece más a un legado impagable.
Absolutamente. El oficio de cartero tiene mucho que ver con los destinos de las personas. Siempre digo la misma frase: "Nosotros no marcamos las cartas, pero las cartas Sí a las personas". Con los años, me enteré de anécdotas muy lindas de personas que tuvieron una vuelta de página en sus vidas… a partir de una carta.
Y hasta lo viví en carne propia. Por ejemplo, cuando tuve la oportunidad de conocer a Luis "El gran peluquero de Av. San Martín". Fue a principios de los 80´. Me acuerdo que pasaba muy seguido por su peluquería, que estaba en la avenida San Martín al 2800. Un día entré y vi que le estaba cortando el pelo a… ¿sabés a quién? A Don Diego Maradona: una persona que para mí fue un himno a la humildad; un hombre que señalaba caminos, no daba consejos, un maestro realmente. Don Diego iba muy seguido a cortarse el pelo ahí. Lo cierto es que una Navidad pasé por la peluquería y en una mesita vi apoyada una postal de Barcelona. Me acerqué, la agarré y leí: "Al mejor peluca del mundo, Diego Armando Maradona".
Qué hermoso momento. Saber que el mejor jugador del mundo de la época se había acordado del peluquero de su padre y le mandó una postal de Barcelona, cuando jugaba ahí, fue una de las anécdotas más impresionantes que me regaló el oficio. Sin duda.

-Y hablando del oficio, ¿Qué es lo que más te gusta?
-Antes de hablar del oficio en sí, creo que lo mejor que te puede pasar es tener trabajo, y si te gusta lo que hacés es doble satisfacción. Sobre todo, saber que hoy en día hay gente que sigue escribiendo cartas a sus familiares, como por ejemplo los españoles e italianos. Es muy lindo ir a sus casas, tocarles el timbre y ser testigo de que aún mantienen esa costumbre noble de comunicarse… La única generación que nunca quiso abrirle la puerta a la era digital y su frialdad, digamos. Eso es enriquecedor.

-De no haber sido cartero, ¿cuál era tu destino?
-Emmmmm. Siempre digo que el ser humano tiene que ser un modelo. Quiero decir, es la manera en que hacés las cosas lo que te define como persona. El hombre que siente y hace mucho, en realidad habla poco. Por ejemplo, si yo a mis hijos y a mis nietos les vengo con el cuento, con la fábula de lo que debe ser y lo que no, y después no lo hago yo… qué ejemplo puedo transmitir, qué puedo inspirar a otro, a mi familia, para que el día de mañana marquen a otra persona.

Pasaron 40 minutos. La conversación con Luis había llegado a su fin. Pero su historia de vida fue la postal que mejor esclareció el principio de esta crónica: la idea que desde la primera hasta la última carta jamás escrita, el cartero no fue ni será quien lleve meras palabras. Para eso está el viento. Porque lo que el destino ahorra en señales, lo invierte en carteros. Su personificación más estupenda. Su guardián más notable. ¡Ahora usted y yo… nos conocemos un poco más!.