La supremacía histórica del hombre parece ceder con el paso de las décadas. En lugar de la figura tradicional del patriarca, guerrero o líder político-social, hoy la mujer ocupa roles de poder en el hogar, la empresa y la política. Aunque aún persiste el riesgo de simplificar este avance como un tema exclusivamente feminista, la realidad es que las mujeres, como dadoras de vida, no somos las que provocamos guerras, ni buscamos la conquista a costa de la humillación o el daño ajeno. Por el contrario, somos las que damos vida y que, cada vez más, luchamos por nuestros derechos.
El 25 de noviembre se conmemora el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, una fecha marcada por el brutal asesinato en 1960 de las hermanas Patria, Minerva y María Teresa Mirabal, activistas políticas de la República Dominicana que lucharon contra la dictadura del General Rafael Trujillo. En 1999, la Asamblea General de las Naciones Unidas designó oficialmente este día como un símbolo de lucha, al que se unieron millones de mujeres en todo el mundo.
El concepto de violencia contra la mujer, según la Declaración de las Naciones Unidas, incluye todos los actos que ocasionen daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico, así como las amenazas, coacciones o la privación arbitraria de libertad, ya sea en la vida pública o privada. A lo largo de los años, la violencia contra la mujer se ha ido manifestando de diversas formas: física, sexual, psicológica, económica, simbólica e incluso institucional.
Desde la promulgación de la Ley Nº 26.485 en 2009, que establece un marco de protección integral contra la violencia hacia las mujeres, se han identificado cinco tipos principales de violencia:
Física: Daño directo al cuerpo de la mujer.
Psicológica: Daño emocional y control de las decisiones de la mujer.
Sexual: Violación del derecho de la mujer a decidir sobre su vida sexual y reproductiva.
Económica y patrimonial: Daño a los recursos financieros o patrimoniales.
Simbólica: Reproducción de estereotipos que refuerzan la desigualdad.
Estos actos de violencia pueden presentarse en diversos ámbitos, como el doméstico, el laboral, el institucional o en forma de violencia mediática, afectando gravemente la libertad y la integridad de las mujeres.
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), más de 736 millones de mujeres en el mundo han sido víctimas de violencia de género. Cada 10 minutos, una mujer muere a manos de su pareja o un familiar. A pesar de los esfuerzos de la comunidad internacional, la violencia contra las mujeres sigue siendo una de las violaciones más extendidas de los derechos humanos.
En Argentina, la violencia de género es una realidad alarmante. Según datos del Observatorio Mumalá, cada 37 horas se comete un femicidio. A pesar de contar con políticas públicas como la Ley 27.499 (Ley Micaela) y la Línea 144, las denuncias de violencia de género han disminuido, con solo un 12% de las víctimas de femicidio que habían recurrido a la justicia en 2024. Esto refleja una falta de confianza en las instituciones y una creciente desprotección para las víctimas.
Este 25 de noviembre no solo es un día de duelo, sino de protesta. Es un recordatorio de que, aunque existen leyes y políticas en pro de la igualdad, aún falta mucho para erradicar la violencia de género y garantizar una vida libre de violencia para las mujeres.
En el contexto internacional, Argentina recientemente votó en contra de una resolución que condenaba la violencia de género, alegando que la violencia no puede ser reducida a un tema relacionado solo con países en desarrollo. Este voto refleja un preocupante retroceso en la lucha por la igualdad y la protección de las mujeres.
Hoy, más que nunca, es necesario un cambio de mentalidad y políticas que efectivamente protejan a las mujeres y erradiquen todo tipo de violencia. El 25N nos invita a reflexionar y a seguir luchando para que cada mujer, en cualquier rincón del mundo, pueda vivir libre de violencia y con la dignidad que merece.