No soy de esos que suelen jactarse afirmando: “amigos, verdaderos amigos, me sobran los dedos de una mano para contarlos”. Qué se yo, no soy tan estricto para animarme a hacer ese tipo de aseveraciones tan categóricas. Por el contrario, prefiero considerarme afortunadísimo por la calidad de amigos que tengo, y que además, son un montón. De todos los colores, credos y religiones. Solteros, separados, casados y reincidentes. Con aquellos que hablo sólo a través de la caprichosa, con los que abro los ojos, manoteo el celular y tengo un mensaje que me ayuda a despertar, con los que me comunico cada varios meses o veo cada años, con los de la infancia, con los del barrio, con los del colegio, con los del club, con los de los cientos de “trabajos” por los que he pasado y que aunque en muchos de esos lugares me hayan echado, me llevé de indemnización lo que jamás pierde valor.
Insisto, qué se yo, para mí tener amigos es saber que la mentira esta en la que latimos, es mucho más verdadera e infinitamente más alegre si tenés a uno que te cague a puteadas en un partido de fútbol y al rato te esté pagando la cerveza. Si tenés a ese que podés llamar a la hora que no te atienden en ningún bar. Si tenés a un loco que se pone más contento que vos cuando lograste eso que no te animabas ni a soñar. Si tenés a ese otro que te espera en cualquier esquina para abrazar todas y cada una de tus lágrimas de ese terrible dolor. Qué se yo, si además tenés la suerte o desgracia de sentir tanto como siento yo, de lo único que estoy completamente convencido es que en esta vida puede morir cualquier cosa menos la amistad.