Este verano tuve la suerte de pasear con mi familia por el norte de nuestro hermoso país y una de las paradas obligadas era recorrer San Miguel del Tucumán, una provincia con gente agradable, rica gastronomía y paisajes preciosos. Pero un lugar que todos queríamos conocer era la Casa de la Independencia (mal conocida como la Casita de Tucumán).
La Casa de Tucumán es como cualquier argentino la imagina y la vio innumerablemente en revistas (Billiken para los cuarentones), internet (para los más jóvenes) o manuales del colegio: sencilla, pintada de blanco y con esas puertas de color celestes típicas de las viejas construcciones de la época colonial de fines del siglo XVIII, donde se desarrollaron momentos únicos de la historia argentina.
Decidimos dejarnos llevar por la ilusión de estar pisando los mismos pasillos que aquellos personajes de la historia argentina y fuimos descubriendo cada uno de los tres patios que conforman lo que ahora es un museo.
Es imposible no emocionarse al recorrer el salón donde los congresales de las distintas provincias argentinas se reunieron para firmar el acta en la que se comprometieron a defender la autonomía de un país que había crecido lo suficiente como para caminar por sí mismo hacia su destino.
A mi hija Olivia de 11 años nunca la había visto tan concentrada en un museo leyendo todas las notas de los objetos de la época colonial que se encontraban en el recorrido. Actualmente, la Casa Histórica- Museo Nacional de la Independencia cuenta con más de 700 piezas, mobiliario, armamento, objetos de uso personal, vajilla, ornamentos, objetos de culto católico, pinturas religiosas, retratos, monedas, placas y medallas conmemorativas de los siglos XVIII y XIX que permite entender cómo vivían los patriotas de las provincias que deliberaron y acordaron aquel 9 de julio de 1816.
Uno de los lugares más impactantes es el Salón de la Jura de la Independencia, con su techo abovedado y réplicas de los muebles utilizados aquel 9 de julio de 1816, en donde se puede observar el Acta de la Declaración de la Independencia.
En sus patios, es posible observar un aljibe y diferentes especies de árboles y plantas como jazmín de leche, arrayán, jazmín paraguayo, lapacho rosado, naranjo agrio, algarrobo blanco, entre otras.
En el tercer patio se encuentran dos grandes bajorrelieves realizados por la artista plástica tucumana Lola Mora. De grandes dimensiones en un espacio muy despejado y amplio, se lucen dos escenas fundamentales de la historia argentina que representan los balcones de la Plaza de Mayo el 25 de mayo de 1810 y la sala del Congreso de Tucumán del 9 de julio de 1816. Son en sí mismos un homenaje a esos dos actos históricos y a la artista plástica de esta provincia que triunfó en el mundo.
En realidad, la Casa de Tucumán que podemos visitar ahora no es la original, sino una reconstrucción sobre la original, realizada en los años de 1940 a 1943. La casa original fue construida en 1760 por el comerciante Diego Bazán y Figueroa quien se la dio a su hija Francisca Bazán ante su casamiento con el español Miguel Laguna.
En 1816 la casa estaba alquilada por el estado nacional a los descendientes de Francisca Bazán. Pero posteriormente se fue deteriorando por la falta de cuidado.
La reconstrucción
Con el paso de los años, la casa sufrió demoliciones y remodelaciones quedando sólo el Salón de la Jura como única parte de la construcción original. La reconstrucción fue encarada desde 1940 y se hizo en base, sobre todo, a fotografías tomadas por Ángel Paganelli en 1869 a pedido de la familia. El doctor Ricardo Levene y el arquitecto Mario Buschiazzo dirigieron el proyecto. Además de las fotos estudiaron los planos y un relevamiento realizado en 1870. El presidente Ramírez inauguró la reconstrucción el 24 de septiembre de 1943. En 1996 las puertas fueron pintadas de azul, tal como estaban en 1816, de acuerdo con una investigación del arquitecto Marinsalda.
Un momento muy emotivo es el show "Luces y Sonidos de la Independencia"; que se realiza al caer la noche donde distintas voces de la cultura de nuestro país dan vida al momento de la Declaración de la Independencia, en un juego de voces, música y sonido que se desarrolla en el interior del Museo y los patios de la Casa de Tucumán.
Terminado el espectáculo nos despedimos de la Casa de Tucumán con la sensación de haber vivido, aunque más no sea por un rato, una parte importante de la historia argentina.
¡Viva la Patria!