Barba crecida, prendas gastadas al igual que la mirada en la misma ventana. Bombilla asqueada de ser tan chupada en épocas flacas de lengüeteadas. Pasos de memoria en olvidos de a media hora. Amagarle al sillón y caer en su rendición. Colgar la ropa sucia en el pedestal de conciencias lavadas, a veces por lavarropas automáticos, otras por sentimientos traumáticos. Lunes paseando con domingos, entre semanas y años que no reparan en daños. Caminatas sanadoras de ansiedades devoradoras, charlas con otra persona en formato de monólogo o de psicólogo. Yo recordándome en la sede de la Cruz Roja, con mis siete años, huyendo despavorido, llorando como un marrano por esa vacuna que me atravesó la inocencia y el brazo. Y hoy, en medio de esta locura, llorando con experiencia al recibir el turno. Para esperar la hora y salir corriendo a entregar el mismo brazo, a ver si de una puta vez, se acaba esta tortura en el corto plazo.