A veces me despierto, como hoy, con ganas irrefrenables de cariño del de antes.
Fui al super a comprar yerba y a la hora de pagar, casi cierro la grieta del corona con un abrazo eterno al cajero oriental amigo.
Desfilan y desfilan por la pasarela de asfalto cientos de personas sin boca que necesitan una excusa como yo, para evadirse un rato y salir a comprar aire.
Pasan en una moto un padre con su hijo, muy obedientes ambos, con barbijo y sin casco…
A mí me da claustrofobia taparme la boca. Y mucho más no usarla.
#quedateencasa es un eslogan que uso pero que no sé si seguiré comprando.
¿Se achatará la curva? ¿Y nuestros cerebros?
Tal vez no colapse el sistema de salud porque la gente se tira de sus balcones y entonces sobren camas.
La nieta de Mirtha almuerza en la tele bien pegadita con el político de turno que te dice: “vos quedate en casa que yo vine a morfar acá caviar de chef de hotel 5 estrellas”.
Los niños extrañan el colegio.
A mi peluquero le gustaría decir “no me peguen soy Giordano”.
El respirador para mi ansiedad vino fallado.
No hay pandemia, catástrofe global ni fin del mundo posible que detenga las denuncias de Majulito contra Cristina.
En TyC Sports transmiten en directo torneo de Play con famosos jugando en el living de sus fastuosas casas.
En definitiva, todos somos coherentes con nuestras contradicciones.