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12 de Julio 2015
MARCELINO RODRIGUEZ
El hombre que le “picó el bicho” de hacer de Argentinos Juniors una inseparable familia
Escribe: Marcelo Corenfold
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Al igual que un turista que pisa Buenos Aires no puede dejar de visitar lugares impostergables como el Obelisco o Caminito, enamorarse de las callejuelas de San Telmo, los bodegones rioplatenses o el sublime asado criollo, un vecino no puede dejar de conocer a este personaje pintoresco y adorable. Un hombre que habita, desde hace una década, la sede Malvinas Argentinas, refugio telúrico del Bicho de La Paternal. Un hombre que hace 10 años apareció en las entrañas del club con un ideal de grandeza bajo la boina: hacer de Argentinos Jr. una inseparable familia. “Pero una familia de verdad: donde más que hinchada haya amor y respeto por el otro… que transpiremos eso, que nuestra verdadera camiseta sea un ejemplo a seguir. En algo hay que creer, ¿no?”, confiesa este español que pisa los 70 años y con los pies bien clavados en la tierra.

Tan arraigados a la corteza que lo único que le quedó del pasado es su argot español; o tal vez, el corrugado pasaje en clase turista que lo trajo de Valladolid a la Argentina, con apenas un puñado de años de existencia. Hoy, con menos pelo y más arrugas, Marcelino vive, respira, sueña y suspira por y para Argentinos Jr. Una especie de personaje de mayordomo sacado de una historieta de Quino: si hay que cambiar un farolito, va y lo cambia. Si hay que cuidar el coche de un socio, va y lo cuida. Si hay que cortar la rama de un árbol, va y la serrucha. Si hay que tomar mate, va y calienta la pava. Si hay que levantar la bandera de la fraternidad, va y flamea sus ideales de familia inquebrantable (frase que, por cierto, no se cansó de repetir más de 47 veces durante la entrevista). Una convicción, por cierto, tan encantadora y extinguida en los tiempos que corren. Una declaración de un alma privilegiada que supo conquistar el corazón de todos los socios: no hay uno que no se rinda ante su magnífica y afable gracia. “A mí acá me quiere todo el mundo… cada persona que viene me saluda, me admira… por eso me siento un hombre afortunado: tengo el don de sentir cariño y respeto por toda la gente que me cruzo, y ver que te lo devuelven es algo maravilloso: un regalo que nunca había experimentado en mi vida”.

Pero a diferencia del fútbol, en la vida nada es azar. Si a Marcelito lo adoran tanto, es porque algo bueno habrá hecho. Y de hecho, lo hace todos los días del calendario solar. Siempre con una sonrisa galante y un sweater escote en “V”, Marcelino viaja de Hurlingham a La Paternal los 365 días del año. Para él no existe el feriado, el feriado puente, los días de paro, de marcha, de granizo o los cortes de luz de EDESUR. Ni siquiera sabe lo que es una ART. El tipo es un granadero sin vestiduras. Un guardián de carne y hueso (y con alto nivel de calcio) que protege, las 24 horas, a su nueva familia de apellido Argentinos. En especial, la cuida de algunos contragolpes inusitados que puedan dejarla en off-side. (Entiéndase como metáfora de barras bravas y dirigentes siniestros que más que el “bicho” de la pasión, les picó la serpiente del poder.)

Y hablando de poder, hay otra virtud sobrenatural en su ADN. Además de los dotes de mayordomo, granadero y guardián, es un oráculo sobresaliente. Un diario del lunes en persona. No hay partido de Argentinos en el que no prediga un resultado desacertado. Y la bola que se corrió fue tal que cada viernes muchos socios acuden a él, como si se tratase de un manosanta o vidente matriculado. “¿Y Marcelino… cómo salimos con Quilmes? ¿Y Marcelino… le ganamos a River?”, le exigen los socios hambrientos de predicción. Y Marcelino, como brujo avezado, siempre canta la posta. Si de su boca sale un 0 a 0 con Quilmes o un 2-1 a River… es palabra santa.

En fin. Sagrada es su visión del fútbol. Noble y diáfano es el cristal con el que mira al equipo de sus amores. Porque lo suyo no son las tácticas ni pizarrones; poco le importa si su equipo juega con 4-4-2, o 5-3-1-1; poco lo conmueve si los volantes juegan con doble 5 o la defensa marca en zona. Su estilo no vibra esas vagas cuestiones. A Marcelino sólo lo moviliza su hábil promesa: hacer de Argentinos una inseparable familia. Ese es el fútbol que él respira y suda. Ese es el mágico “bicho” que le picó desde hace 10 años: sentir este deporte como la sobremesa de una gran familia reunida alrededor de un rectángulo de césped cada domingo; donde en lugar de barbarie haya fraternidad, donde en lugar de fanatismo haya amor; donde en lugar de ignorancia haya paz. Y en esta nueva disciplina, al son del amor y la evolución, el plato fuerte no es el balón que se disputan 22 hombres, sino la “pelota” que se dan miles de socios… todos los días del año.