Ante este presente en el que en las canchas de fútbol sólo está presente la hinchada local, viene a la memoria de los pibes de antaño la época donde había tribuna local y tribuna visitante y eran famosas las tenidas entre ambas en donde la picardía hecha canción, el poder hecho cuasi desprecio, era el coro a dos voces que escuchábamos y amenizaba la espera que había entre la Reserva y la Primera o entre ambos períodos.
Todo valía, el resultado del último partido o la posición en la Tabla, la "paternidad" de uno sobre el otro o cualquier motivo que movilizase al creador de una letra rimada o impulsara al "coro" a lanzar todo tipo de epítetos..., todo valía y daba vida a esas tardes en que puntualmente a las tres y media comenzaba a rodar la pelota en todas las canchas.
Ahora, televisión mediante, distintos campeonatos y copas, sean nacionales como internacionales, hacen que todo los días de la semana y a distintas horas, dado el meridiano de donde se juegue, es hábil para un encuentro. Más volviendo a la orfandad de la hinchada visitante sólo nos queda como lejano eco esa música de fondo que antaño nos acompañaba.
Pero no era solamente el cantar de las parcialidades, eran las propagandas que se emitían por los altoparlantes y enganchara como abrojo en nuestros oídos y mentes.
Quién no recuerda que "si su piloto no es Aguamar, no es impermeable, lo puedo asegurar", o que en "Casa Muñoz, Casa Muñoz, donde un peso vale dos". Lo recuerdo y mi tenue sonrisa acompaña el meneo de mi cabeza siguiendo la melodía.
Y como esas había muchas, era que los estadios rebozaban de gente y ese latiguillo era el anzuelo propagandístico del momento.
No olvidemos a "La voz del estadio" que daba a conocer "la constitución oficial y definitiva de cada equipo". Y fue por esa voz del Estadio la oportunidad en que apenas se desató la terrible epidemia de poliomielitis, fue 1955, antes de comenzar un partido, por los altoparlantes se informó que "señoritas de la Asociación para la lucha contra la parálisis infantil - A.L.P.I., están recorriendo las tribunas portando alcancías en donde cada uno puede depositar su voluntaria contribución", en otras palabras, estaban invitando a contribuir con un óbolo, más desafortunadamente, un desliz idiomático del locutor lo hizo decir "por lo que agradeceremos depositar su "óvulo".
Pero también estaban la voces de quienes ofreciendo su mercancía en mano voceaban ese "Café-Caféeee, Sorocabana Café" y hacía que le diésemos paso temiendo que una gotita, esa gotita que siempre asomaba a la canillita del termo gigante quedase estampada en nuestros pantalones.
Maní, caramelos y todo entretenimiento manducatorio era susceptible de oferta pero no podemos olvidarnos del famoso "Chuenga", ese que viseaba "Chuengaaaaa" que ofrecía esos puñados de caramelos masticables envueltos en un papelito enmantecado. Chuenga-Chuenga, deformación fonética del inglés "chewing goom", goma masticable, que el simpático señor canoso de polera de cuello alto ofreciese en las tribunas y sacase en puñados casi iguales la compra fuese de $ 5.- o $ 10.- "Che, Chuenga, me diste poco" y Chuenga metía la mano en la gran bolsa y nos daba más.
Ahora los estadios están mudos sin esas voces que eran parte del espectáculo. Si, y no sólo están mudas sino también ciegas dado que ya no se ve esa torre metálica que contenía letras y colores que simbolizaban a los equipos que confrontaban y que comprando la revista "Alumni" desentrañaba la incógnita.
Alumni se vendía los domingos pues era por los partidos de Primera A, los sábados era "El tablero" que informaba lo que acontecía en Primera B, en el "fútbol de Ascenso". Recuerdos de voces y silencios, de letras y colores que hacía que los relatores radiales anticipasen algún penal o gol cuando decían "se mueve el tablero".
Y junto al tablero que se "movía" hoy se mueve esta pluma que también es movida por los recuerdos que aún escuchan aquello de que "si su piloto es impermeable, es piloto Aguamar".