Un día, Juan reprobó Historia Argentina, salió de la escuela enojado y mandó a volar sus libros en medio de la calle Espinosa. No le bastó el desacato y prefirió conservar su enojo hasta esa noche, en la que cayó totalmente dormido y agotado comenzó a soñar…
Dejemos por un instante de pensar que el día 25 de mayo es feriado y muchos dormirán hasta tarde, otros no irán al trabajo ni a la escuela. Ahora cerremos los ojos e imaginemos que somos libres de hacer lo que quisiéramos, de soñar y realizar, de volar sin que corten nuestras alas ni cierren nuestras ideas. Soñemos por un momento que la palabra libertad es un hecho y que todos tenemos el derecho de gozarla sin restricciones. Soñemos un poco más e imaginemos que nacimos en 1810, aquí en Argentina, y que de golpe despeguemos los párpados y nos veamos vestidos como en la época, con obligaciones innecesarias, con preceptos instaurados por gente que ni conocemos ni conoceremos. Recorramos nuestro barrio en 1810, caminemos por Avenida San Martín y Álvarez Jonte en búsqueda de un quiosco para cargar la Sube y no desesperemos si la gente del lugar nos responde con cara rara sin saber de qué locura le estamos hablando. Corremos por esa Avenida de tierra esquivando carretas en otra búsqueda. Un teléfono para llamar a nuestra familia a que nos rescate. Inútilmente hemos corrido. Tampoco nadie entiende qué es lo buscamos. Casi con una desesperación cansada sólo nos alienta un grupo de personas que aparentan festejar por algo que desconocemos. Y allí vamos, a preguntar que es lo que ocurre. Algunos pelean en la puerta de un gran edificio que me recuerda al Cabildo, pero no estoy tan seguro, este es mucho más grande. Casi me atemoriza acercarme, pero peor es la sensación de no saber dónde ni cuando estoy ahora.
Un hombre con ojos desorbitados me dijo: -Pibe, ¿dónde crees que estás? Estamos a punto de elegir nuestro propio rumbo, a punto de gobernarnos nosotros mismos y terminar de ser el pueblo de otros que para colmo están del otro lado del mundo. ¿Acaso no lees, vos?
Definitivamente entendía mucho menos que antes. ¿Gobernarnos nosotros mismos?
De repente y sin esperarlo, un viejo diario tamaño sábana me golpeó la cabeza. Y ahí lo vi. Estaba en 1810, era el 21 de mayo de 1810. Estaba a doscientos años antes de mi esperado feriado del 25 de mayo. Ese día en el que no voy a la escuela y duermo todo el día. Volviendo a ese diario, dentro del mismo encontré una invitación a una rara reunión que por supuesto, no dudé en ir. Decía algo así:
El Excmo. Cabildo convoca á Vd. para que se sirva asistir, precisamente mañana 22 del corriente, á las nueve, sin etiqueta alguna, y en clase de vecino, al cabildo abierto que con avenencia del Excmo. Sr. Virrey ha acordado celebrar; debiendo manifestar esta esquela á las tropas que guarnecerán las avenidas de esta plaza, para que se le permita pasar libremente.
Me acomodé en la casa de unos criollos humildes que a cambio de barrerles el piso, me darían una colcha para dormir esa noche. Cené algo muy extraño pero riquísimo, una pasta de maíz que me recordaba a las calientes comidas que preparaba mi abuela Muna.
El día siguiente era importante, por primera vez en mi vida estaba invitado a una gran reunión que selecciona sólo a gente prestigiosa del barrio. Dormí. Muy inquieto. Pero dormí.
La mañana de ese 22 de mayo había sido fría, por eso adjudico que el clima obligó a muchos a no ir. Habían invitado a 450 personas y sólo unos pocos habían aparecido. A mitad de eso que llamaban Cabildo Abierto (a mi no me consta, porque repito que me parecía muy grande para ser ese cabildo que yo conozco frente a la casa Rosada, que por cierto, tampoco estaba, me tomé una bebida caliente y aproveché para preguntar por qué nos habían invitado a todos nosotros. Esa reunión se prolongó hasta la medianoche con el solo objetivo de tratar el tema de si el virrey que gobernaba Buenos Aires tenía que seguir haciéndolo o no. Hablaban de algo llamado legitimidad o autoridad del virrey, planteaban que si Cisneros desaparecía, el poder volvería al pueblo y así estos elegirían a su representante, que a mi me parece sería lo más justo porque un representante sería algo así como un pueblerino más que manifestaría las necesidades y los derechos de todos y que por supuesto, defendería intereses del pueblo y no de España. Aclaro, en ese momento éramos gobernados por gente de España. Súper ridículo, es como que en mi casa venga a dar órdenes mi vecino de enfrente.
En la reunión habló un hombre con patillas grandes que decía que los pueblos americanos debían asumir la dirección de sus destinos hasta que cesara el impedimento de Fernando VII de regresar al trono. Se llamaba Juan Castelli. Juan, igual que yo.
Otro hombre, canoso y con aires de superado, un tal Cornelio Saavedra propuso que el mando se delegara en el Cabildo hasta la formación de una junta de gobierno, en el modo y forma que el Cabildo estimara conveniente. Dijo que no queda duda de que el pueblo es el que confiere la autoridad o mando. A la hora de la votación, la postura de Castelli se acopló a la de Saavedra y a la mía.
Luego de los discursos, se procedió a votar por la continuidad del virrey, solo o asociado, o por su destitución. La votación duró hasta la medianoche, y se decidió por amplia mayoría destituir al virrey: 155 votos contra 69.
A la madrugada del día 23 se emitió un documento mientras yo bostezaba exageradamente, estaba contento, porque mi voto había sido importante para toda la historia Argentina, pero muy dormido, porque ni yo me quedaba a estudiar hasta las 3.23 de la madrugada. Este documento que se iba a leer para el pueblo, decía algo así: “hecha la regulación con el más prolijo examen resulta de ella que el Excmo Señor Virrey debe cesar en el mando y recae éste provisoriamente en el Excmo. Cabildo hasta la erección de una Junta que ha de formar el mismo Excmo. Cabildo, en la manera que estime conveniente.”
Tras la finalización del Cabildo abierto se colocaron avisos en diversos puntos de la ciudad que informaban de la creación de la Junta y la convocatoria a diputados de las provincias, y llamaba a abstenerse de intentar acciones contrarias al orden público. Y yo, me encargué personalmente de pegar en toda la Ciudad de tierra esos carteles.
El día 24 el Cabildo conformó la nueva Junta, que debía mantenerse hasta la llegada de los diputados del resto del Virreinato. Estaba formada por:
* Presidente y comandante de armas: Baltasar Hidalgo de Cisneros
* Vocales: Cornelio Saavedra (criollo), Juan José Castelli (criollo), Juan Nepomuceno Solá (español) y José Santos Incháurregui (español).
Entre los principios incluidos, se preveía que la Junta no ejercería el poder judicial, que sería asumido por la Audiencia; que Cisneros no podría actuar sin el respaldo de los otros integrantes de la Junta; que el Cabildo podría deponer a los miembros de la Junta que faltaran a sus deberes y debía aprobar las propuestas de nuevos impuestos; que se sancionaría una amnistía general respecto de las opiniones emitidas en el cabildo abierto del 22; y que se pediría a los cabildos del interior que enviaran diputados. Los comandantes de los cuerpos armados dieron su conformidad, incluyendo a Saavedra y Pedro Andrés García.
Cuando la noticia fue dada a conocer, tanto el pueblo como las milicias volvieron a agitarse, y la plaza fue invadida por una multitud comandada por French y Beruti. Otra vez, la placita se colmó de gente y esta vez estaban todos más exaltados. Daba la impresión de que entrarían al Cabildo a sacarlo a patadas a Cisneros, pero la tranquilidad debía reinar. Siempre me explicaron que la violencia traía más violencia. Por eso, el jueves 24 de mayo, mi tocayo Castelli y el Sr. Saavedra se presentaron en el súper caserón donde vivía Cisneros, ahí le informaron el estado de agitación popular y sublevación de las tropas, y además demandaron su renuncia. Yo lo escuché, y con la poca batería que me quedaba en el celular, logré grabar en forma verbal su dimisión. Esa noche del jueves no logré pegar un ojo. Faltaban pocas horas para vivir el 25 de mayo de 1810 por primera vez en mi vida.
Durante la mañana del 25 de mayo, una gran multitud comenzó a reunirse en la Plaza Mayor, actual Plaza de Mayo, liderados por los milicianos de Domingo French y Antonio Beruti. Se reclamaba la anulación de la resolución del día anterior, la renuncia definitiva del virrey Cisneros y la formación de una Junta de gobierno. Algunos repartían escarapelas en la plaza, otros banderitas. Algunas con el escudo de Racing, otras con insignias patrióticas, y yo me compré una justa para mi. “Yo estuve en la revolución de mayo”. El día se estaba haciendo largo y creo que para romper el aburrimiento la gente comenzó a gritar: - ¡Olé, olé, olá, el pueblo quiere saber de qué se trata! Yo saltaba al compás de los gritos.
El Cabildo se reunió a las nueve de la mañana y reclamó que la agitación popular fuese reprimida por la fuerza. Para esto se convocó a los principales comandantes, pero éstos no obedecieron las órdenes impartidas. Varios, entre ellos Saavedra, no se presentaron; los que sí lo hicieron afirmaron que no sólo no podrían sostener al gobierno sino tampoco a sí mismos, y que en caso de intentar reprimir las manifestaciones serían desobedecidos.
Cisneros seguía resistiéndose a renunciar, y tras mucho esfuerzo los capitulares lograron que ratificase y formalizase los términos de su renuncia, abandonando pretensiones de mantenerse en el gobierno. Esto, sin embargo, resultó insuficiente, y representantes de la multitud reunida en la plaza reclamaron que el pueblo reasumiera la autoridad delegada en el Cabildo Abierto del día 22, exigiendo la formación de una Junta. Además, se disponía el envío de una expedición de 500 hombres para auxiliar a las provincias interiores.
...se oyen entre aquellos las voces de que si hasta entonces se había procedido con prudencia porque la ciudad no experimentase desastres, sería ya preciso echar mano a los medios de violencia; que las gentes, por ser hora inoportuna, se habían retirado a sus casas; que se tocase la campana de Cabildo, y que el pueblo se congregase en aquel lugar para satisfacción del Ayuntamiento; y que si por falta del badajo no se hacía uso de la campana, mandarían ellos tocar generala, y que se abriesen los cuarteles, en cuyo caso sufriría la ciudad lo que hasta entonces se había procurado evitar…
Se había largado a llover, la gente comenzaba a correr pare refugiarse en algunos techitos, yo esperaba ansioso el desenlace de tan extensa reunión. Alguien se asomó por un balcón y comenzó a leer en voz alta el pedido de renuncia y nueva conformación del Cabildo.
Presidente: Cornelio Saavedra. Vocales: Dr. Manuel Alberti, Cnel. Miguel de Azcuénaga, Dr. Manuel Belgrano, Dr. Juan José Castelli, Domingo Matheu y Juan Larrea. Secretarios: Dr. Juan José Paso y Dr. Mariano Moreno
La Junta estaba conformada por representantes de diversos sectores de la sociedad: Saavedra y Azcuénaga eran militares, Belgrano, Castelli, Moreno y Paso eran abogados, Larrea y Matheu eran comerciantes, y Alberti era sacerdote. Yo servía café.
Acto seguido, Saavedra habló a la muchedumbre reunida bajo la lluvia. Había comenzado el camino a nuestra independencia. Pero eso sucedió seis años después…
Me desperté con una sensación muy grande de libertad en el pecho, el aroma de la mañana renovó mis ganas para plantearme un nuevo examen y aprobarlo. Me abroché el guardapolvos con la frente bien alta, sintiendo que yo había sido parte de un gran momento en nuestro país. Y no importa tanto sin nuestros dirigentes gobiernan mal o bien, son argentinos, como vos, como yo, y como los que vendrán. Somos una Nación joven, aún podemos aprender.
¡Viva la patria!