El mundo amaneció de luto este lunes 21 de abril con la noticia del fallecimiento del Papa Francisco. El primer pontífice latinoamericano y jesuita, nacido en el barrio de Flores como Jorge Mario Bergoglio, murió a los 88 años en Roma, tras 12 años al frente de la Iglesia Católica. Su legado trasciende fronteras, pero su identidad porteña sigue viva en cada rincón de la Ciudad de Buenos Aires, donde comenzó su vida, su vocación y su servicio a los más humildes.
“Profundo dolor por el fallecimiento del Papa Francisco. Un porteño que trascendió fronteras y llevó su mensaje de paz, justicia y humildad al mundo entero”, expresó el Jefe de Gobierno de la Ciudad, Jorge Macri, quien además agregó: “Su legado nos seguirá iluminando a muchos. Es un momento de infinita tristeza para la comunidad católica en particular, pero para toda la humanidad en general”.
Nacido el 17 de diciembre de 1936, Francisco creció en una familia trabajadora en la calle Membrillar al 500, en el corazón de Flores. Fue el primogénito de un matrimonio de inmigrantes italianos, y desde niño mostró una profunda conexión con la fe. Su formación inicial incluyó estudios en la Escuela N.º 8 Coronel Pedro Cerviño, y luego en la E.N.E.T. N.º 27, donde se recibió de técnico químico.
A los 17 años sintió el llamado del sacerdocio. Su camino lo llevó desde el seminario en Villa Devoto (Comuna 11) hasta la Compañía de Jesús, recorriendo Chile, San Miguel y Buenos Aires como estudiante, maestro, guía espiritual y profesor. Su acción pastoral alcanzó varios barrios populares porteños, donde cultivó un contacto cercano con los más vulnerables.
Un ejemplo de ese compromiso fue su paso por la parroquia Encarnación del Señor, ubicada en La Paternal (Manuel Rodríguez 2444). En marzo de 2011, cuando todavía era Arzobispo de Buenos Aires, presidió allí una ceremonia para instituir como párroco a Rafael Marino, coincidiendo con el cincuentenario de la comunidad. Participaron unas doscientas personas, sin imaginar que ese hombre de sotana sencilla se convertiría, dos años después, en el Papa Francisco.
La vida de Bergoglio estuvo siempre signada por la humildad, la austeridad y el compromiso social. Como arzobispo de Buenos Aires desde 1998, Francisco fue una figura cercana al pueblo. Viajaba en colectivo y subte, cocinaba su propia comida y solía visitar villas y parroquias en los márgenes de la ciudad. Este perfil, tan humano y alejado de los lujos, fue el que conquistó al mundo cuando, en 2013, fue elegido Papa tras la histórica renuncia de Benedicto XVI.
“Parece que mis hermanos cardenales han ido a buscar al Papa al fin del mundo”, dijo en su primer saludo desde el balcón del Vaticano, con una humildad que lo acompañó hasta sus últimos días. Fue un Papa reformista, empático, valiente en sus posturas y abierto al diálogo con otras religiones y sectores sociales.
Con profundo respeto y dolor, la Ciudad de Buenos Aires despidió a su hijo más ilustre. El Arzobispado porteño dispuso una jornada de duelo en todas las escuelas católicas, muchas de las cuales permanecerán cerradas en señal de respeto. Además, el Ministerio de Educación indicó que todas las instituciones educativas deberán izar las banderas a media asta y guardar un minuto de silencio a las 12 del mediodía para reflexionar sobre el legado de Francisco.
Como homenaje central, el Obelisco se vistió de luz y memoria: un mapping en su honor proyectó imágenes y mensajes que recorren su vida y obra.
La figura de Francisco deja una huella imborrable. Para muchos, fue el Papa del pueblo, el hombre que no olvidó sus raíces ni sus orígenes. Su amor por el fútbol, su pasión por San Lorenzo, su aprecio por Borges y su conexión con los barrios porteños pintaron a un líder espiritual profundamente humano y argentino.
Su legado vive no solo en el Vaticano, sino también en cada villa, escuela y parroquia que alguna vez visitó. Y sobre todo, en el corazón de los millones de fieles que hoy lo despiden con la misma sencillez con la que él eligió vivir: con respeto, con amor, humildad y con esperanza.