Lo dije infinidad de veces, el miedo es un órgano más de mi cuerpo. Nací en el 73, y tres años después una bomba sacudió mi historia y la de mi familia. Como la de tantísimas otras que tuvieron una suerte muy distinta a la mía que hoy me permite poner en letras la vivencia. La claustrofobia me atrapó desde chico, la oscuridad me cagó a goles, las aglomeraciones de gente me encierran desde que tengo uso de razón. Pero veo a esas abuelas, a esas madres, a esos hijos e hijas a las que le “desaparecieron” familiares y me vuelvo a espantar. Sólo se me ocurre llorar, gritar, putear. Y enseguida, colgarles la medalla de la valentía mayúscula, de la lucha interminable, de conocer el dolor más descarnado y jamás bajar los brazos. La palabra dictadura es provocativa por demás. No se puede agregar demasiado. Sí, ya sé, los miserables de siempre cuestionan el número de la masacre. No importa. Cuando NUNCA y MÁS se juntan, MEMORIA, VERDAD Y JUSTICIA no se separarán jamás.