28 de Enero 2025
CENTRO DE JUBILADOS Y PENSIONADOS LA PATERNAL
Presentación de los trabajos del Taller de Historia

 

 

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Hace ya tres años que el Taller de Historia se dicta en el Centro de Jubilados y Pensionados La Paternal (Sánchez 2256), bajo la dirección de la Prof. Graciela Blasi. Durante los dos primeros años, se exploró la rica y compleja historia de nuestro país, abarcando desde los pueblos originarios que habitaron nuestro territorio hasta la presidencia de Fernando de la Rúa. Este año, la mirada va hacia un ámbito más cercano: la ciudad de Buenos Aires y sus barrios.
Inspirados en el libro "Los Mayores escriben la Historia", publicado por el Gobierno de la Ciudad en 1978, surgió una propuesta especial. Compartir y escribir sobre su infancia y adolescencia en los barrios donde nacieron. Así, nacieron estos relatos, producto de recuerdos y vivencias personales. Es importante destacar que todos los participantes del taller tienen más de 65 años y han puesto su mayor esfuerzo y dedicación en estos trabajos. No buscan ser obras literarias, sino la expresión genuina de sentimientos y memorias.

PATERNAL - VILLA DEL PARQUE

Nací entre la Paternal y Villa del Parque, en la Av. Nazca 1725. Era una casa tipo chorizo, con un negocio por donde se accedía a la casa. En mi cuadra estaba al lado la tintorería, con la que compartíamos el patio, el chapista a un lado, la bombonería El Gamo, por el otro, por la vuelta la panadería, eran tiempos lindos en los que salíamos a la vereda a jugar.
Recuerdo con alegría, la llegada del carro de la panificación, al lechero, que siempre nos dejaba tempranito la leche fresquita en las botellas de vidrio, al sodero con su coche a caballo, todos ellos eran como de la familia y también a Don Nicola, ya no con tanta alegría, venía con el atmosférico, dado que no había cloacas.
Luego, con la llegada de mi hermanita nos mudamos a dos cuadras, Cesar Díaz y Helguera, a un departamento. De allí recuerdo el almacén de don Antonio que siempre nos daba la yapa, y al lado de casa el Club Imperio Juniors (Gral. César Díaz 3047 CABA), donde todos los veranos íbamos a la pileta hasta cansarnos. Allí ya no salíamos a la vereda a jugar, era un departamento, ahí empecé a ir a mis primeros bailes de carnaval.
Era un barrio tranquilo, los sábados por la tarde se jugaba al fútbol en la calle, veíamos TV. pero poco tiempo, la escuela era nuestro lugar de encuentros. Los cumpleaños eran en casa y todo se hacía casero. La av. Nazca estaba empedrada y por sus vías pasaban los tranvías, no había semáforos aún.
Al pasar ahora reconozco mi escuela Casilda Irazábal de Rodríguez Peña, lo demás está muy cambiado, incluso la casa de mis abuelos que estaba a dos cuadras, ya no está.

Sara Mirta Schwarz

MI CALLE DE ALTA GRACIAS

Alta Gracia fue la ciudad de mis primeros veinte años. Mi infancia y adolescencia navegó en este lugar del corazón del valle de Paravachasca

Mi casa se encuentra a cuatro cuadras del centro de la ciudad, en calle de tierra en bajada que se convertía en roca viva después de lluvias fuertes durante el verano.

Nuestra manzana tiene una superficie del tamaño de 4 manzanas con forma de cuadrilátero irregular: las calles Paravachasca y Margarita Funes de 150 metros cada una en bajada, General Mosconi de 80 metros llanos, y Caruso de 120 metros en bajada. Es así que nuestra cuadra de Margarita Funes medía 150 metros de largo del lado par, de dos cuadras de 40 y 110 metros cada una del lado impar.

En nuesta calle se encontraban las casas de Rosita, la vice directora de la escuela primaria para varones Santiago de Liniers a la que concurrimos mi hermano y yo, que a falta de hijos propios me enseñó a leer y escribir a los cuatro años; Doña María, esposa del sacristán de la Iglesia, la catequista, que me preparó para mi primera comunión en la capilla del santuario de la virgen de Lourdes; Don Carlos, el alemán,(y su concubina), que se enojaba cuando la pelota con la jugábamos en la calle entraba en su casa.

La Viuda, pulcra y siempre vestida de gris, de la que nunca supimos su verdadera condición conyugal; el Inglés,Don Johnson y su esposa, que nos pasaban mermeladas de naranja por la medianera; la familia Virga, padres de Angelita, Coco y mi mejor amigo Pocho; DonJuan Nieto, que organizaba el carnaval con querras de agua para mayores y menores durante el día, y los bailes en la calle por las noches, y que fuera mi primer fallecido.

Los Parodi, con la abuela Matilde que confeccionaba el muñeco para las fogatas de San Juan, San Pedro y San Pablo, y organizaba la búsqueda de los huevos en la Pascua, y la tía Susana que nos enseñaba folklore; el “Mono”, en cuyo jardín entrábamos subrepticiamente con Bocho, para empacharnos al anochecer de la primavera con nísperos arrancados trepando al árbol que se encontraba en su huerta, y quinotos en invierno.

Y Porota, la última en llegar a la cuadra, y que fue fundamental en mi vida: allí se conocieron la chica de cabello largo y minifalda con el chico de pelo hasta los hombros y pantalón pata de elefante, que aún se toman de la mano, con pelo corto y sin pelo respectivamente.

En el Barrio de Poluyán, en la zona baja de la ciudad, mi casa paterna, construida sobre rocas, miraba hacia las primeras ondulaciones de las sierras, produciendo estampas variadas según las estaciones.

En el inicio de los inviernos de lluvias inexistentes, desde el porche se veía la llegada de los gitanos que se establecían hasta el inicio de la primavera en las primeras lomas, más allá del arroyo, vistiendo a la ciudad con sus ropas, sus costumbres, y sus predicciones. Por las noches, se veían las fogatas iluminando sus fiestas.

Al llegar la primavera, el 21 de septiembre marcaba para nosotros el inicio de la temporada de baños sin importar la temperatura, en el arroyo Chicamtoltina, a cuatro cuadras de casa, cuando éramos chicos, y cuando fuimos más grandes en las diferentes playas del río Anizacate, a unos diez kilómetros de la ciudad.

El arroyo significaba para nosotros un punto de diversión importante. Entre rocas, el agua cristalina serpenteaba generando espacios de profundidades diferentes, lo que permitía disfrutar a distintas edades.

Nosotros preferíamos desafiar al río en lo que llamábamos “la olla”; allí el agua era retenida por una piedra enorme sobre la cual se encontraba un mortero que seguramente había tallado algún comechingón vaya a saber cuándo, desde la que nos zambullíamos esquivando otra piedra en el fondo. Peligroso, pero éramos expertos de arroyos y de ríos. Conocíamos los riesgos y el territorio, y preveníamos cuando se aproximaban las crecientes producidas por las lluvias en las sierras.

Los chicos de la cuadra formábamos un grupo heterogéneo en edades, pero homogéneo en las relaciones. En la época en la que la calle era de tierra, nos reuníamos para jugar a las figuritas y a las bolitas, a empujar la rueda de Bicicleta con un alabre en “L”, hablábamos de nuestras vivencias en las puertas de nuestras casas, nos preparábamos para defender nuestro territorio de los “enemigos” del Alto, contábamos historias de terror al anochecer para asustar a los más pequeños.

Cuando llegó el asfalto, cambiaron los juegos. Inventamos el auto con rulemanes, y nos dedicamos a construirlos cada uno mejor que el otro, y a aprovechar las bajadas de las calles que nos desafiaban hacia un lado y hacia el otro, y a nombrar guardias para detectar la aparición de un auto real por las bocacalles.

Con “Bocho” la cosa era nuestra: construíamos túneles secretos en los baldíos entre el yuyerío del verano, en los que caminaban Sandokán y Yañez, Poncho Negro y Calunga, Tarzán y Tarzanito; andábamos en bicicleta por toda la ciudad; torturábamos desde el techo de su casa en carnaval a las turistas que paseaban por nuestra calle, y nos ocultábamos rápidamente para que no nos descubrieran; en las noches de invierno cruzábamos un hilo desde el alambre de la casa del “Mono” a la campana llamadora de los Parodi, para que al pasar un auto o un humano activara la campanilla y salieran a ver quién llamaba por un lado, o quien se enredaba por el otro. Cosas de chicos.

Nosotros éramos los dueños de la calle. Al anochecer se empezaba a sentir el llamado de nuestras madres ordenándonos a gritos a volver a nuestras casas.

El tiempo y el crecimiento nos depararon caminos diferentes, y nos perdimos en las distancias. Pero los recuerdos son inolvidables, y los hechos y los chicos perduran seguramente en el corazón de todos nosotros, no importa dónde nos hallemos.

A los 21 años me instalé en la gran ciudad, y cada tanto me gusta llegarme hasta mi casa de Alta Gracia.

Mario Rodríguez

 

MI BARRIO: PATERNAL / VILLA GENERAL MITRE

Desde que nací viví en Andrés Lamas, entre Camarones y Alejandro Magariños Cervantes, en el barrio de La Paternal. Casas bajas con pocos comercios, sí algunos talleres mecánicos. A tres cuadras está aún la cancha de Argentinos Juniors.

La plaza Roque Sáenz Peña, ahora conocida como la plaza de Pappo, era el punto de reunión de los vecinos, amigos, compañeros de escuela. Allí aprendí a andar en bicicleta, y concursábamos a quién llegaba más alto en la hamaca.

Los sábados, en el colegio Cabrini, compartíamos tardes de cine y entretenimientos varios.

Mi querida escuela primaria fue la República de Japón, la cual, con el correr de los años, también sería la escuela de mis hijos.

Mi mamá contaba con orgullo, que su papá, mi abuelo, tomó el tranvía, se bajó en la Avenida San Martín y Donato Álvarez, caminó seis cuadras para alejarse del grupo de viviendas ya instaladas, y eligió el terreno en el que edificaría su casa.

Corría el año 1908. A pasos de este lugar fluía el arroyo Maldonado, que con los años fue entubado, cambiando totalmente el paisaje: empezaron a surgir casas y edificios de dos pisos.

Recuerdo las fiestas, principalmente el año nuevo. Se sacaban las mesas a las veredas, compartíamos entre los vecinos las comidas, los brindis y los bailes. En los carnavales jugábamos chicos y grandes a tirarnos agua, ya sea con bombitas como con jarros y hasta baldes. ¡Nos divertíamos en grande!!!

Otro recuerdo es cuando venía el carro lechero, tirado por caballos. La leche, del jarro de latón a la lechera casera, y si tenía crema, mucho mejor. Todas las semanas disfrutábamos la familia en pleno la fiesta del cine yendo ya al Tarico o al Sena.

Actualmente seguimos viviendo en la zona en la que nací, que por el crecimiento dejó de ser La Paternal, para convertirse en Villa General Mitre.

Graciela Maisto