El estar asqueado del costumbrismo impuesto por la sociedad, de los vacíos legales que existen en los sentimientos inertes, de tanta sobreabundancia de hipocresía reinante, de estar obligado a ser parte de la mayoría para tener crédito en la vida. Contra todo eso intento batallar, resisto, me interpelo, analizo y por supuesto, lloro como es debido. No se trata de tener razón, claro que no. Sino de que con pico y pala el camino por el que desees andar, lo forjes con sangre, sudor y lágrimas, despojado de frases hechas, pifiándole mil veces, cayéndote en pozos sorpresivos y mordiendo la banquina, aunque anuncien los carteles “Cuidado con las heridas”. Este año, más que nunca, fui recolectando puntos de vista entre amigos, conocidos y demás, todo lo que se les juega en la época de las “Fiestas”. Peleas, discusiones, entredichos, diferencias, ex amores, el 24 en lo de tus suegros y el 31 en lo de mi tía Berta… No eran ¿“Fiestas”? El estricto cumplimiento obligatorio de asistencia a fechas que vividas así, de felices tienen tanto como la cara de López Murphy. Y por casa, ¿cómo andamos, eh? Mesas atiborradas de guirnaldas, lucecitas, vitel toné y pan dulce que no condicen con esos abrazos blanditos, esos choques de copa a la hora cero con los ojos semiabiertos. No cuenten conmigo para esa farsa. Por el contrario, y menos mal, existen esos encuentros mucho más humildes desde el protocolo y la organización, pero en el que lo importante es precisamente encontrarse, escucharse, sostenerse la mirada y abrazarse y brindar sin hora prefijada. Registrar dolores, compartir alegrías verdaderas, pedir ayuda y saberse acompañado. ¡Ahí sí quiero estar presente! Para que Año nuevo sea realmente cero kilómetro y no “joya, nunca taxi”.