13 de Enero 2022
RINCON DE LOS RECUERDOS
Gran Circo Norteamericano
Escribe: Angel Kandel
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La llegada del verano también trajo aparejada la llegada de una fiesta, pero una fiesta mayúscula porque era, ni más ni menos, que la llegada de un circo, del GRAN CIRCO NORTEAMERICANO.
Para entonces la manzana, grande ella, delimitada por las calles Alvarez Jonte, Gavilán. Juan Agustín García y Caracas era un baldío, un enorme baldío vecino a la por entonces "canchita" de madera de Argentinos Juniors.
Llegaron camiones, muchos camiones porque transportar todas las instalaciones de un circo no era poca cosa.
Carpa, gran carpa, gradas, telones, butacas, enseres para todos los artistas, desde los columpios donde los acróbatas nos admirarían con sus "vuelos" hasta unos especiales que eran enrejados, con gruesos barrotes pues eran las jaulas donde estaban encerradas las "fieras salvajes" que rugían causando miedo entre los chicos que queríamos acercarnos para verlos de cerca pero teníamos miedo por su aspecto feroz.
Eran tigres y leones, también un elefante y no iban a faltar los simpáticos monos.
También llegaban unos carromatos con puertas y ventanas y eran las casas donde se alojaban los artistas, era el depósito de todos los enseres, las boleterías, los grandes cartelones y todo lo necesario para que el barrio estuviese más que alborotado.
Se fueron acomodando, fueron armando todo ese "circo", veíamos a los animales como eran alimentados y como, temerariamente, entraba en esas jaulas un señor al que llamaban "el domador" y que látigo en mano y con una silla para mantener a distancia por si el instinto de ferocidad aparecía en ellos, practicaba su número y también veia si alguno tenía algún problema.
Después nos dimos cuenta, con el correr de los años, que estaban amaestrados y cumplían órdenes, como también nos dimos cuenta con los años, que pasaba con las personas.
Esas feroces fieras habían sido "amaestradas" a golpes de látigo, a no darles de comer si no obedecían, a llegar a ser tan dóciles como para que "el domador", acompañado por algún ayudante armado con algún elemento que sirviese para defender al intrépido domador, que los hacia abrir la bocaza y meter su cabeza allí.
Cuando ya estaba casi armado comenzaba la publicidad de como se hacia en aquella época, todos los integrantes desfilaban por las calles del barrio acompañados por la banda de música que atronaba con su alegre y contagiosa música y allí veíamos casi de al lado a ese intrépido domador, que calzaba botas altas hasta la rodilla y tenía en su mano un látigo al que hacía sonar fuertemente; la "ecuyere" que era una hermosa joven mujer que haría pruebas sobre el lomo de un blanco caballo muy bien ataviado con una gran "peineta" en su cabeza y una montura bella donde ella lo montaba, saltaba, desmontaba a la carrera; los monitos llevados de la mano por su amaestradores y todo ello seguido por los carros-jaulas donde los rugidos, algunos naturales y otros provocados por personal que azuzaba a las bestias para hacerlos enojar y emitir fuertes gritos.
Todo eso eran impactante, hermoso, desopilante para esos niños de menos de una década de vida que se soslayaban con la novedad...
Pero nos olvidamos de recordar quien encabezaba ese desfile. Eran dos personajes especiales.
No, no eran los payasos que con las caras muy pintarrajeadas hacían la delicia de los chicos con sus bocazas pintadas de rojo sobre un muy blanco rostro, ni tampoco los trapecistas todos de cuerpos esbeltos y entrenados, mujeres y hombres muy entrenados que saltarían por los aires, a veces con una red protectora y otras sin red, cosa que nos haría subir la adrenalina, aunque entones no les llamábamos adrenalina, era simplemente "cuiqui" el que teníamos...
¿Pero quien encabezaba ese desfile?
Eran dos personas, Carlitos y Camacho...
¿Carlitos y Camacho? ¿y que tenían de especial Carlitos y Camacho, tenían dos cabezas?... No, dos cabezas no, pero Carlitos era el enanito del circo que media unos centímetros menos de un metro y con la cara pintada payasescamente , resultaba muy simpático a la purretada.
¿Y Camacho? Camacho era un gigante de bastante más de dos metros de altura, vestido de negro, con unos pantalones que le quedaban cortos, un saco al que las mangas no alcanzaban a llegarle a las muñecas y que era la antítesis de Carlitos.
A todo ello, las lindas muchachas del circo, con sus trajes típicos, sus disfraces, los payasos y demás artistas de esa hermosa Familia circense, repartían unos programas enormes de grandes y largos, con el nombre de cada artista y todas las bonanzas de ese, el GRAN CIRCO NORTEAMERICANO...
- Mamá, Papá, Tío, ¿me llevas al circo?, y allí nos llevaban para, desde sus tribunas, debajo de esa gran carpa, disfrutar de caballos, y monos, de tigres y leones, de payasos y ecuyere, de Camacho y Carlitos...
Todo era alegría, todo era felicidad hasta el día, ese fatídico día siguiente al de la ÚLTIMA FUNCIÖN, en que se desarmaba la gran carpa, las gradas se destornillaban y apilaban en los camiones, los animales sentían que algo diferente pasaba como nosotros, los pibes del barrio que veíamos que una ilusión, para algunos la primera, se desarmaba.
Algunas mejillas quedaban con la marca de ese bendito inocente rocío de unas lágrimas que supieron deslizarse hasta que un volvíamos al baldío de Jonte-Gavilán-Juan Agustín García y Caracas para ver lo que quedaba del circo, algún programa arrugado, la marcas de los carromatos, los agujeros en la tierra de los mástiles que sostenían la gran carpa y el recuerdo del GRAN CIRCO NORTEAMIREICANO que quedó anidado en nuestras mentes y corazones, tanto quedó grabado el querido circo de Carlitos y Camacho que hoy, cuando escribo estas líneas veo la pantalla tan nublada que debo adivinar que letras pulso porque todo es borroso, menos la carpa del GRAN CIRCO NORTEAMERICANO que está muy fresco en esta mente y que hace palpitar un corazón de niño, de un Pibe de Antaño...