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3 de enero 2013
VOLVER AL BARRIO
Placa y “Fulbito” en la calle
Escribe: Lydia Schiuma
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 “Los varones de las décadas del 50 y del 60” en 2002 se reunieron a jugar al fútbol en Galicia, entre Bolivia y Gral. Artigas y a partir de 2003 comenzaron a colocar una placa con una leyenda en la esquina del convento. Ya son once años que se reúnen y colocaron 10 placas.
Los “varones” cambiaron, muchos ya son abuelos y la policía que antes los corría cuando algún vecino se quejaba, ahora pone un patrullero que corta el tránsito, para que puedan jugar tranquilos, con la “pulpito” que uno de ellos guarda en un lugar secreto para que no se la saquen los nietos, ya que no se consigue.
A través de un artículo de Clarín (publicado el 30 de diciembre de 2012) nos enteramos de algunas otras cosas más y de los nombres de estos veteranos que jugaban a la pelota y yo agrego algunos otros: Roberto, Luis María, Alfredo y Silvio.

Extracto de la nota “Como si fuera ayer, vuelven al barrio a jugar a la pelota en la calle”, escrito por Darío Coronel.
Veinte tipos de entre 60 y 70 años vuelven al barrio que los vio crecer para jugar al fútbol. “El fútbol era la base de esa amistad, la excusa para juntarnos. Fueron los años más felices de mi vida. En esa época la calle era la verdadera escuela”, dice Gonzalo Demarchi, 61, delantero, que a los 18 se fue del barrio y volvía cada sábado en el colectivo 124. Antes, los sábados en Galicia y Artigas eran así: fútbol toda la tarde, en la calle; ducha; esquina tomando una Crush con amigos y baile.
Este evento es conocido en el barrio. Los que juegan se hacían llamar “La barra de La Plaga”. Eran de esas típicas bandas de amigos que a mediados de los cincuenta se la pasaban jugando desafíos de barrio en plena calle. Un día de 2002 Angelino, el hincha de Racing más calentón de la barra, decidió regresar al barrio y tocar todos los timbres de las casas por donde pasaba a buscar a sus amigos de La Plaga. Fue difícil. Apenas tres continuaban viviendo allí. Pero insistió y logró que el segundo sábado de diciembre de 2002 se reencontraran. Fue para jugar a la pelota, como antes. Ese día hicieron un minuto de silencio, por los amigos fallecidos. Desde ese momento se juntan a comer una vez por mes. Y todos los segundos sábados de diciembre cortan Galicia, se dividen en dos equipos, tiran la pulpo y se ponen a jugar a la pelota. Como cuando eran chicos. Como cuando se podía jugar en la calle. Como cuando todo era tan distinto y tan igual a lo que es este sector de la ciudad. Jugaron hasta los veintipico, cuando comenzaron los matrimonios y las mudanzas.
“Cuando estamos todos juntos en una mesa, nos miramos y decimos ‘nos conocemos hace más de cincuenta años, viejo’. Nadie lo puede creer. Porque hicimos la primaria juntos, crecimos juntos, y nunca dejamos de estar en contacto. Ahora nos vemos todos los meses”, dice Mario Dibona, 66 años, defensor. Es que después del fútbol llega el tercer tiempo, lo más esperado. Es en “El Balón”, el bar de Gaona y Bolivia.

A metros del arco que da a Bolivia, en una esquina, hay una placa que se colocó antes del comienzo del partido. Dice: “Que el fin del mundo nos encuentre jugando a la pelota”. Ese parece ser el deseo de estos tipos que no tienen estadio, pero sí un policía y una valla en la esquina, cortándole el paso a los autos y que demuestran la diferencia entre jugar al fútbol y jugar a la pelota y que su verdadera escuela fue la de la calle. Escuela a la que quisieran mandar a sus nietos, pero ahora no se puede.