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18 de Mayo 2020
RELATOS CASEROS DE AISLAMIENTO
Miércoles de supermercado por la mañana
Escribe: @nacholopezescribe
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Dormí mal fantaseando con el escenario matinal que me aguardaba. Callo al despertador. Me levanto cayéndome. Entro al baño a lavarme las manos. Agarro las bolsas, la lista y las llaves del auto. Tengo todo. Ah no, manoteo el alcohol en gel, ahora sí. Abro el portón mirando para ambos lados. Los fantasmas me dicen “buen día”. El auto arranca, primer milagro. Pongo primera y enciendo la radio. Mejor la apago. Me cruzo con un patrullero enbarbijado. Mi mano derecha quiere tocar mi cara y la zurda la baja de un plumazo. Me rasco con el hombro. Entro a la estación de servicio del fin del mundo a cargar nafta. Hay un héroe que con guantes me pide las llaves. Me carga algo más que combustible. Me pongo alcohol en gel por tercera vez en 6 minutos. Sigo mi viaje. Toco bocina para romper el silencio. Dos perros montándose que no cumplen con el metro y medio de distancia. Veo un cartero en bicicleta y se me cae una lágrima. Por el cartero y porque me acuerdo que hace una semana me robaron mi bici. Ya casi llego. Llovizna apenas. Es un día de miércoles, diría una tía. Estaciono dentro del supermercado, bah en el estacionamiento. Me repito cien veces, “no debo tocarme la cara”. Se me acerca un hombre y me ofrece el changuito que está dejando. Le agradezco pero tiemblo. Y ahora cómo lo empujo. ¿Toco el changuito?, me pongo alcohol en gel, y me digo “masi, ya estoy jugado”. Me siento un combatiente entrando a la zona más peligrosa. Veo las góndolas y enseguida veo los precios. Me están matando indudablemente. Paso por al lado del papel higiénico y sigo de largo. Un cartelito anuncia que no hay alcohol ni alcohol en gel (menos mal que no decía que faltaban Chocolinas). Voy a llevar lo indispensable. Agarro cuatro dulce de leche. Ya que estoy, busco algunas cosas más para aprovechar el chango. Me encuentro con gente conocida que me saluda poniendo marcha atrás. Yo tampoco pensaba darte un abrazo, pienso. Me pongo a charlar con el repositor de Coca Cola. Ya es tiempo de huir. Busco un hueco y empiezo a hacer la fila. La señora de adelante y la de atrás me dan charla, mientras sigo rascándome como puedo sin las manos, la cara. Esto está tardando demasiado. Aprovecho el tiempo y busco otro paquete de Chocolinas. La señora de atrás chusmea lo que cargo. ¡Déjenos en paz a los gordos!, le grito en silencio con mi mueca. Por fin llego a la caja. Demoro unos cinco minutos en darme cuenta si es cajera o cajero, después de los plásticos, barbijos y demás yerbas que lleva puesto. Le doy la tarjeta de débito mientras que guardo en tiempo récord todo en las bolsas. Salgo casi corriendo. Subo todo al auto. Lo pongo en marcha y finalmente me voy, feliz, con mis provisiones a cuestas. Cuando llego a casa intento cumplir con el decálogo de recomendaciones que me dio un amigo para el operativo de desinfección. Debo confesar que no pude cumplirlo del todo. Para mí es demasiado ponerle lavandina al dulce de leche y las Chocolinas.