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19 de Abril 2017
DEL BOTICARIO AL FARMACEUTICO
Las Farmacias más antiguas de Buenos Aries y del barrio
Escribe: Lydia Schiuma
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Desde la segunda fundacion de Buenos Aires en 1580, por Don Juan de Garay y sus comitivas, pasaron 25 años hasta que un médico cirujano, el Dr. Manuel Alvarez solicitara al Cabildo de Buenos Aires autorización para prestar sus servicios. El Cabildo accedió y dispuso que el vecindario debía pagarle anualmente cuatrocientos pesos, más los medicamentos que él suministrase a los enfermos.
Desde entonces, los médicos que ejercían su profesión en lo que más tarde sería el Virreinato del Río de la Plata debieron preparar, personalmente, los remedios que aconsejaban a sus pacientes.
Debieron pasar 170 años, hasta que un Farmacéutico, don Agustín Pica, solicitó al Cabildo permiso para ejercer su profesión. A él se lo considera el primer farmacéutico laico autorizado en Buenos Aires.
Aclaramos que la Real Academia de la Lengua Española define la palabra FARMACEUTICO: El que profesa la Farmacia y la ejerce; y BOTICA: oficina en que se preparan y expenden las medicinas. Por esa época se llamó popularmente Boticario al farmacéutico por error, pero ese error fue usado por muchos años.

En1782, en el Virreinato del Río de la Plata, había establecidas 31 boticas, 16 estaban instaladas en lo que hoy es la República Argentina, 11 boticas en el actual territorio de Bolivia y 4 en Uruguay.
De las boticas de Argentina, 9 estaban establecidas en Buenos Aires; 4 en Córdoba; 2 en Salta y 1 en Tucumán; existían también 2 botiquines en Mendoza y uno en Jujuy.
Pero ya antes de 1763 existían boticas en los conventos y en el presidio.
Los médicos eran tan escasos que muchas veces los enfermos acudían a pedir consejo a los farmacéuticos.
Antes de la creación del protomedicato, el pueblo de nuestro país estaba sujeto para la administración de remedios, aún los más delicados a la ignorancia de mercaderes y pulperos.
El protomedicato Tribunal formado por médicos del rey (protomédicos) y examinadores que evaluaba los conocimientos de los que aspiraban a ser médicos, y concedía las licencias para el ejercicio de dicha profesión.
En Buenos Aires fue creado por el Virrey Vértiz en 1780, funcionando de manera precaria hasta 1798, y en febrero del 1799 se creó en Buenos Aires la primera Escuela de Medicina siendo su profesor el Dr. Michael O´Gorman.

Desde su creación el protomedicato se encargó de surtir de artículos farmacéuticos a todas las boticas del país, encargándolos en cantidades considerables a las casa de Diego Thomas Fanning de San Lucas y José de Llano y Sanguines de Cádiz, a cambio de cueros y lanas de vicuña.
Poco después de 1782 se nombró “asentista boticario” a Francisco Marull y posteriormente a Narciso Marull, quien figura ocupando dicho cargo hasta 1809.
En 1818 abre sus puertas “La Botica Amoedo”, en la esquina de las calles Independencia y Tacuarí. La entrada del negocio estaba en la misma esquina, con dos vidrieras, una sobre Independencia y otra sobre Tacuarí. En el patio interior había un aljibe “comunitario”, ya que los vecinos enviaban a sus “domésticas” con sus cántaros de barro a retirar agua fresca; sobre todo a la hora del almuerzo y de la cena. El fundador fue don Hilario Amaedo.
¿Qué remedios vendían estas boticas? Todas las recetas eran preparadas ya que no existían ni los específicos ni los genéricos preparados por empresas comerciales de laboratorio. Los farmacéuticos elaboraban ungüentos, pomadas, yerbas de “probada eficacia”, zarzaparrilla, barba de choclo, sinapismos, cataplasmas y purgantes. Estos profesionales (afirma Martín Correa) tenían la misma autoridad y prestigio que los médicos.
No se sabe por qué las antiguas boticas estaban ubicadas en esquinas, casi siempre frente a una iglesia. Ellas tenían algo de negocio y algo de club. Junto a sus mostradores o en sus trastiendas se daban cita, noche a noche, los vecinos más notables del barrio para discutir todo tipo de problemas, en tertulias que se prolongaban hasta la medianoche. La ciudad quedaba en silencio y sólo se veía tras la vidriera el misterioso farolito indicador del servicio nocturno, que aún hoy existe en las actuales farmacias.
El primer libro recetario de la farmacia Amoedo (donde se copiaban las recetas con cada uno de sus ingredientes, el costo parcial de cada uno, el costo total y el nombre del médico que lo había indicado) estaba escrito en latín y en él se encuentran los nombres de importantes médicos: Argerich, Romero, Boca, Bosch, Zapiola, Malaver. Los siguientes, ya escritos en nuestro idioma, tienen los nombres de los doctores Kaden, Sommer, Caballero, Alberastiory, Oliverio, Larrain, Crotto, Fernández, Molinari, Almeyras, Alvarez, Montes de Oca, Cuenca, Rawson, Ortiz, Vélez, Portela, Alcorta, Martín García, Albarellos, Drago, Malaver, Salvarezza, Claudio Mejía, Reynal, Lucena, Soler, Casullo, Ballestero, Gallardo, Araoz, Zapiola, Días de Vivar, Larrosa, Mayo, Pirovano, Wilde, Güemes, y muchos más catalogados en la “Historia de la medicina” de Albarellos y Mallo.
Es Pastor A. Obligado el que en su libro “Tradiciones Argentinas” certifica que la botica Amaedo es la más antigua de la época, posterior al 25 de mayo de 1810. A don Hilario Amaedo, que falleció en 1855, lo sucedió su hijo Rafael Eugenio Amaedo quien practicó su profesión durante 67 años consecutivos hasta el día de su muerte el 14 de agosto de 1909. Luego siguieron al frente del comercio los nietos del fundador: Manuel y Arturo Amaedo, hasta que en 1930 fue vendido a don José Salvadores. Esta pasó a llamarse Farmacia Tacuarí.
Una anécdota triste nos ubica en las condiciones sanitarias de Buenos Aires en 1877, entre los médicos que figuraban en el libro recetario está el nombre del Dr. Sinforoso Amaedo, sobrino del fundador de la botica. Según Bucich Escobar se quitó la vida al ser mordido por un perro rabioso durante el brote de hidrofobia de ese año, a fin de evitarse una trágica agonía. Esto nos recuerda cuánto le debemos al Dr. Luis Pasteur y a los médicos que introdujeron en nuestro país la escuela pasteuriana como el Dr. Juan B. Justo.
Otra botica, tal vez la de más renombre y la que atraía a la mayor clientela y reunía una tertulia selecta debido a su ubicación (en la calle Rivadavia) fue la de Cranwell fundada en 1828.
Muy antigua y excelente, fundada en 1820 y en 1870 y que sigue funcionando como farmacia es La Estrella. Aunque otros dicen que en 1834, hace 179 años. El primer museo de farmacia del país, ubicada en Alsina y Defensa. Su arquitectura es antigua, realizada con materiales sólidos, la decoración es hermosa, los armarios y estanterías de nogal traídos de Italia, cristales de Murano, mármol de Carrara, pisos venecianos, bajo relieves. En el centro del cielo raso hay un fresco desde el que nos mira Farmacopea, que se presenta venciendo a la enfermedad. En las paredes hay cuadros, algunos inspirados en la mujer de Facundo Quiroga y otro en la de Julio A. Roca. En sus vidrieras se exhibe una hermosa colección de escupideras de porcelana bellamente decoradas.
En La Estrella las tertulias eran los sábados por la noche. Acudían Mitre, Roca, Pellegrini y se quedaban hasta pasada la media noche. Realmente es un lugar para visitar.
En los libros recetarios de todas estas farmacias se observa que trabajaban todos los días, sin ninguno de descanso. Lógicamente hasta que la primer Ley Laboral Argentina (la 4661), sancionada en 1905, estuvo dedicada al “descanso dominical”. Aunque una ordenanza, dictada para la ciudad de Buenos Aires del año 1857, establecía el cierre de los comercios los días domingos. Pero, o no incluía a las boticas o era sólo para los empleados, si los tenían. He prestado atención a este detalle y comprobé que en el libro recetario de varias farmacias están asentados los preparados realizados el 31 de diciembre de 1899, los del primero de enero de 1900, el día de Noche Buena y el de Navidad, el 24 y 25 de mayo, el 8 y 9 de julio. Muchas eran las funciones de los farmacéuticos y lo hacían sin descanso.

Del "Foro de Estudios Históricos de Villa Gral. Mitre". 
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