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1 de Febrero 2020
90 AÑOS DE MARIA ELENA WALSH
¿Cómo olvidar a la mona Jacinta?
Escribe: Jesica Bond
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Por Juan B. Justo derecho cruzando la avenida General Paz hasta la avenida Gaona desembocamos en la infancia de una antepasada de Jacinta, radicada en el barrio de Ramos Mejia, provincia de Buenos Aires. La mona les contaba a sus pequeños acerca de una poetisa, escritora, música, cantautora, dramaturga y compositora argentina que ya a sus precoces 17 años había publicado un poemario autofinanciado titulado ¨Otoño imperdonable¨. El cual recibió un premio Municipal de poesía. ¿Y cómo paso sus años?, preguntó el mayor. A lo que la mona contestó, vivía en el mundo del revés invitando a tomar el té y paseando por Pehuajó. También bailaba el twist del mono liso, su abuelo paterno pequeños, y entre otras cosas publico más libros y formó un dúo de música folclórica junto a Leda Valladares, artista tucumana. Una verdadera revolucionaria nuestra antepasada, concluyó la mona. ¿Por qué?, cuestionó el menor. Porqué denunció cuando lo creyó correcto sin titubear, luchó contra la censura de los años 70 en Argentina y formó pareja con una mujer, valla escándalo para esos años. Además, su éxito entre niños y adultos fue reconocido en 1985 al ser nombrada ciudadana ilustre de la Ciudad de Buenos Aires y en 1990 Personalidad Ilustre de la Provincia de Buenos Aires. Para ese entonces, a sus 50 años ya contraía una grave enfermedad: cáncer óseo. Valla revolucionaria que resistió hasta sus 80 años. ¿Murió?, vacilo dubitativamente uno de los monitos. Sí, afirmo su madre y añadió que fue el 10 de enero de 2011, con precisión. De hecho, nuestra visita no es casual, hemos venido por un recado, aclaró Jacinta. Tomó un papel y leyó:
“Porque me duele si me quedo,
pero me muero si me voy
con todo y a pesar de todo
mi amor yo quiero vivir en vos.”

María Elena Walsh, Serenata para la tierra de uno.
Recordémosla tal como sus palabras lo piden.

Biografía
María Elena Walsh nació el 1 de febrero de 1930 en Ramos Mejía, provincia de Buenos Aires.
Hija de Enrique Walsh, de ascendencia inglesa e irlandesa, y de Lucía Monsalvo, de ascendencia criolla y andaluza. Formaban una familia de cuatro varones, mayores, hijos del primer matrimonio de su padre, y una hermana, cinco años mayor que María Elena.
Como todo niño de clase media en esa década, Walsh se formó entre dos ámbitos opuestos: por un lado, los rigores de una escuela cada vez más autoritaria, y, por otro, una gran libertad en su hogar, con vacaciones muy felices, sumada a la maravilla de los primeros medios de comunicación masivos, que incorporaban lo mejor de la cultura popular. Infinitas audiciones de tango o jazz, programas cómicos como los de la gran Niní Marshall (a quien María Elena llamaría muchos años más tarde “nuestra Cervanta”) se escuchaban devotamente al pie de una radio en forma de catedral. Eran también los años del comienzo del cine sonoro y de los “musicales”, la gran novedad: Fred Astaire/Ginger Rogers, Bing Crosby, Nelson Eddy y Shirley Temple, actores, bailarines y cantantes que fueron los primeros ídolos de María Elena. “Y se me iban los ojos tras de la farándula”, recordaría Walsh, citando a Luis Cernuda.
Nadie se sorprendió cuando, llegado el momento de elegir el colegio secundario, Walsh prefirió la célebre Escuela de Bellas Artes Manuel Belgrano, en el centro de Buenos Aires. Sí sorprendió que, ya desde los catorce años, comenzara a publicar poemas en medios tan importantes como El Hogar, el diario La Nación, los muy selectos Anales de Buenos Aires, que dirigía Jorge Luis Borges, o Sur, de Victoria Ocampo, obras que contribuyeron a consagrarla como una de las voces más intensas y originales de su generación.
Su primer libro, Otoño imperdonable (1947), deslumbra todavía por el trágico lirismo –que González Lanuza comparó al de Gabriela Mistral– y su destreza en el manejo de las formas de la poesía clásica, debida a un prodigioso sentido musical. Pablo Neruda estuvo entre sus primeros lectores entusiastas. Juan Ramón Jiménez, quizá el más grande poeta contemporáneo en lengua española, que la conoció en su visita a Buenos Aires, la invitó a pasar una temporada en Maryland, Estados Unidos, en un gesto de generosidad magistral que nunca repitió. Junto al maestro y su esposa, Zenobia, Walsh permaneció en ese país unos meses decisivos para su formación.
De vuelta en Buenos Aires, Walsh publicó un nuevo libro, Baladas con ángel (1951). Tras un breve período en que dio clases de inglés, abrumada por la situación política y por la sola idea de un futuro siempre igual a sí mismo, decidió lanzarse a la aventura de emigrar a Europa. Lo hizo junto con una amiga tucumana, Leda Valladares, también poeta, que por entonces vivía en Costa Rica. Se encontraron en Centroamérica y se embarcaron en el carguero Reina del Pacífico. Durante el viaje a Europa formaron el dúo vocal Leda y María, dedicado casi exclusivamente a cantar canciones tradicionales del Noroeste argentino.
De los clubes nocturnos de París a las caves intelectuales, del local de striptease Crazy Horse a la universidad de la Sorbona, Leda et Marie consiguieron convertirse en una de las propuestas artísticas más originales de esos años. Un dúo pionero en tiempos en que era casi imposible soñar con el auge actual de la world music, que no podía oírse sino en las zonas rurales de casi todos los países, amenazada por la industrialización.
Paralelamente, hacia 1954, en aquel ambiente de “varietés” donde alternaba con genios de la canción poética como Georges Brassens, Jacques Brel o Barbara, María Elena Walsh comenzó a escribir sus primeros poemas “para niños”, que musicalizaba casi naturalmente. El lirismo, la perfección rítmica de estas primeras canciones (que reuniría años más tarde en el libro Tutú Marambá) son los mismos de Otoño imperdonable. Pero las nuevas lecciones del folclore están en ellos –el sentido del juego, su tendencia al humor absurdo–, y por eso mismo parecen nacidos para quedar, como lo están hoy, en la memoria popular.
En otro aspecto, como ninguna otra obra en castellano, las canciones infantiles de María Elena Walsh remiten al recuerdo de las nursery rhymes y de los limericks, esos poemas disparatados que su padre, Don Enrique, le cantaba aun antes de que María Elena aprendiera a leer. Un signo, quizá, de la nostalgia que en 1956 decidió a Leda y María a volver a la Argentina.
En 1958, otra pionera, la jovencísima directora de televisión María Herminia Avellaneda, impulsó a Walsh a escribir sus primeros libretos para teleteatro o para programas infantiles. La felicidad de ver cobrar cuerpo a los personajes de sus canciones –“Doña Disparate” o el “Rey Bombo”– fue quizás el motor del nuevo éxito: el “varieté” para niños.
Nunca un proyecto, un producto artístico había permitido a María Elena Walsh expresar sus múltiples talentos. Canciones para mirar (1962) es una serie de cuadros musicales, tan variados como los personajes de Niní Marshall –que ella misma podría haber protagonizado como nadie–, hilvanados por monólogos o pequeños pasos de comedia que muestran cuánto había aprendido Walsh del arte de la mímica, del malabarismo. Doña Disparate y Bambuco (1963), nuevamente gracias al impulso de Avellaneda, es ya una obra de teatro con canciones incidentales, una pieza por completo revolucionaria y vanguardista, una especie de sueño escenificado muy cercano a la Alicia de su venerado Lewis Carroll.
El éxito extraordinario de los dos espectáculos, que pronto empezaron a llevar a escena infinidad de compañías en distintos países, supuso para María Elena Walsh la consagración y la consolidación de su proyecto. Las grandes compañías grabadoras que habían rechazado sistemáticamente sus canciones la llamaron para grabar sus primeros discos como solista: Canciones para mirar, Canciones para mí, El país del Nomeacuerdo y Villancicos, que desde entonces tienen su lugar en casi toda casa con niños, como el Martín Fierro o la recién nacida Mafalda. Durante unos años, Walsh se dedicó casi por entero a escribir nuevos libros para chicos, como Zoo loco (1965), una colección de limericks que es tal vez su obra maestra; pero también libros de ficción como la novela Dailan Kifki, o los Cuentopos de Gulubú o los Cuentopos para el recreo, que también llevó al disco, medio en que mostró otra nueva faceta: la de excelente narradora oral.
Pero María Elena no olvidó su primer amor, y en 1965 publicó Hecho a mano, un libro de poemas que se convirtió en un boom por la actualidad de su problemática y por su calidad poética.
Le siguió una sorpresa: en 1968, Walsh estrenó su primer espectáculo de canciones para adultos –Juguemos en el mundo.
Un filme de María Herminia Avellaneda, de 1971, y seis discos de larga duración quedan como testimonio de este tramo de su carrera de juglar terminado en 1978, en plena dictadura militar, cuando decidió dejar definitivamente las presentaciones teatrales, harta de las cortapisas de la censura.
Refugiada en el periodismo escrito, y en lo más negro de los “años de plomo”, escribió artículos como el célebre Desventuras en el País-Jardín-de-Infantes.
En 1981 María Elena enfermó de cáncer, pero hacia 1983, tras un penoso y prolongado período de tratamiento, cuando retornó la democracia, ya estaba curada y dispuesta encarar un largo proceso de rehabilitación y una nueva fase en su trabajo. Comprometida con la restauración de la democracia en los ámbitos más diversos.
La recuperada democracia también le permitió expresar sus ideas por televisión, donde creó una emisión junto con Susana Rinaldi y María Herminia Avellaneda: La cigarra.
Más allá de un sinfín de textos escritos para televisión o por encargo de compositores –Ariel Ramírez, Jairo, Lito Vitale, Chico Novarro–, María Elena Walsh no dejó de engrosar la lista con obras literarias tan importantes como Novios de antaño (1991), una novela autobiográfica sobre la niñez en tiempos de la “década infame” absolutamente impar por la densidad de su escritura –que entreteje versos de grandes poetas con personajes entrañables– y su falta de autocompasión.
No abandonó la infancia y presentó las novelas para chicos Manuelita, ¿dónde vas? (1997), Hotel Pioho’s Palace (2002) y ¡Cuánto cuento! (2004).
En 2008 publicó en forma de libro, por primera vez, la versión teatral original de Canciones para mirar y Doña Disparate y Bambuco.
También en 2008 apareció su último libro, Fantasmas en el parque. Muy original mezcla de novela y autobiografía (lo que hoy se llama autoficción), en el que confiesa pesadillas, sueños y secretos con su inconfundible estilo lúcido, irónico, honesto y bello.
María Elena Walsh ha recibido en vida –desde 1947 y post mortem– innumerables reconocimientos, homenajes y premios, en la Argentina y el extranjero, como el nombramiento de Ciudadana Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires; Doctor Honoris Causa de la Universidad de Córdoba; el Premio Konex de Platino y de Honor en Letras; el Highly Commended del Premio Hans Christian Andersen de la IBBY (International Board on Books for Young People) o el Premio de Honor del Fondo Nacional de las Artes.
Es de destacar una cantidad de escuelas, bibliotecas, plazas y salas culturales de todo el país que llevan su nombre o el de sus personajes.
María Elena Walsh falleció en Buenos Aires el 10 de enero de 2011.

Sus restos reposan en el Panteón de SADAIC en el cementerio de Chacarita, Buenos Aires.